(Con perdón de Marx y Engels)

Un fantasma recorre Querétaro, el fantasma de la política despolitizada. Todas las fuerzas políticas se han unido en santa cruzada no para atacar sino para sumarse a ese fantasma: El PAN y Morena; diputados y alcaldes; los radicales y hasta el propio gobernador. Todos dicen no hacer política y se empeñan en que la ciudadanía no ejerza la política misma. No politicemos, nos exigen.

En la era de la llamada posverdad, se ha vuelto un fenómeno común que los políticos digan que no hacen política, que acusen a sus rivales de politizar y, en resumidas cuentas, de satanizar la palabra política escudándose en que lo que hacen es meramente técnico o que pertenece al ámbito ciudadano.

Prueba de ello es la mas reciente perla declarativa del diputado panista Gerardo Ángeles Herrera, presidente de la Comisión de Planeación y Presupuesto de la legislatura, que, ante los cuestionamientos sobre la distribución del presupuesto estatal donde se asignaría una mayor bolsa a la comunicación social, evadió responder claramente y dijo textualmente: “Insisto mi trabajo es técnico, no político”.

Pero este no es el único caso, sólo el más reciente, desde el propio gobernador que pide a los ciudadanos no politizar problemas como el del transporte público hasta alcaldes que señalan que sus críticos politizan sus errores. Ningún actor político se escapa de esta ola que pretende despolitizar a la política.

¿Por qué el miedo a usar la palabra política y el verbo politizar? Ciertamente en las últimas décadas hablar de política es mal visto y el oficio de ser político tiene más mala fama que ser árbitro de futbol en partido del América.

Pero hablemos claro, la mala fama de la política solo le conviene a unos cuantos: a los que ejercen la política porque así ese grupo de políticos profesionales seguirán detentando el poder y decidiendo el rumbo de la colectividad porque, según ellos, aunque la política sea un trabajo sucio alguien lo tiene que hacer.

Empero, nada mas falso que esa forma de argumentar, puesto que la política pertenece a todos los ciudadanos, no solo a los políticos profesionales.

Dado que somos, según Aristóteles —a quien no pienso contradecir— animales políticos (lo cual no excluye que algunos políticos son muy animales, Savater dixit), está en nuestra esencia hacernos cargo de los asuntos de la polis (ciudad en griego) y que es de donde deriva la palabra política.

Pero la política es mala, nos alerta nuestra tía la católica, si te metes, condenas tu alma. Sin embargo, de acuerdo con el filósofo español Fernando Savater: “No es la política lo que provoca los conflictos, malos o buenos, estimulantes o letales, los conflictos son síntomas que acompañan necesariamente la vida en sociedad... Entonces la política se ocupa de atajar ciertos conflictos, de canalizarlos y ritualizarlos, de impedir que crezcan hasta destruir como un cáncer el tejido social.”

Ese es el verdadero papel de la política, el resolver los problemas, aunque algunos políticos se empeñen en demostrar que son expertos en hacer más problemas.

Se nos ha agotado el espacio para seguir hablando de la política y su esencia, pero quiero dejar como remate esa definición rápida que hizo Savater: La política no es más que el conjunto de razones que tenemos para obedecer y las razones para sublevarnos. Quizás esta última parte de la definición asusta a los políticos actuales, ya que tienen miedo que los ciudadanos se les subleven.

Y ya sabe querido lector, si algún diputado, alcalde, gobernador, presidente pide que no politicemos, no dude en cuestionar el porqué dice eso y busque otra opción que no le tenga miedo a la política ni a una sociedad politizada.

Periodista y sociólogo. @viloja

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