Dice Silva-Herzog Márquez que AMLO se caracteriza por su “fe en sí mismo y (la) confianza en el efecto mágico de los símbolos”. Las palabras fe y magia presuponen la adopción no racional de un sistema de creencias. Estas dos no son las únicas características del presidente, pero sin duda la primera es la que más pone en riesgo su proyecto de nación. AMLO sobreestima su propia capacidad y su infalibilidad; ha construido en su entorno un universo que tiene como punto de referencia único al propio AMLO: todo y todos deben medirse respecto a él. Esta característica le fue muy útil durante sus campañas cuando la política se trataba de individuos, pero como jefe del Ejecutivo, cuando la política se trata de toma de decisiones, esto lo pone en una gran desventaja.

López Obrador ha construido un sistema de creencias hermético; su pensamiento no es maleable ni plástico, no busca abrirse a nuevas perspectivas. En el fondo, el obstáculo más grande de AMLO no es su abuso de los símbolos ni su ego, sino el abuso de su método. El método de AMLO es autorreferencial, las decisiones las toma él, de acuerdo con su visión de mundo. Es justo reconocer en AMLO una genialidad política única pero esto no lo vuelve infalible. Como en todos los seres humanos, los aciertos vienen con errores; cuando el método incluye a instituciones y personas diversas, los errores tienen un filtro, cuando el método es unipersonal, esta posibilidad se pierde. Por más inteligente y hábil que sea, el gobernar desde una sola mente lo condena a ser una víctima constante de sí mismo.

“No crean que no hay resistencias, yo tengo resistencias hasta dentro del gobierno, nada más que, cuando digo ‘esto va’ es porque va” declaró AMLO hace unos días en Tamaulipas. La frase es el sumario de su método de gobierno: la unidimensionalidad. La perspectiva de AMLO no solo es maniquea, bueno o malo, blanco o negro, sino que es simplista. Al constituirse por dilemas morales, su política carece de dimensiones y complejidad. Esta visión de mundo se traduce bien en el discurso de la plaza pública, pero transferida al plano intelectual es poco convincente. Eso es lo que causa frustración de AMLO; parecería que su diagnóstico es adecuado, su misma política parece por momentos ser acertada, pero ante los momentos de genialidad se contraponen invariablemente un cúmulo de errores evitables.

Afortunadamente para él, la oposición y la crítica están demasiado ocupadas señalando nimiedades y haciendo extrapolaciones geográficas como para poder preocuparse por esto. La oposición sí suele acusarlo de autoritario pero únicamente para poder equipararlo absurdamente con otros gobernantes. Esto no solamente muestra una falta de creatividad y seriedad sino que pone en evidencia que mucha de la crítica a AMLO viene de preconcepciones, de visiones de clase y de intereses personales. La crítica a AMLO debe indagar en su método de gobernar, un método que significa que por cada triunfo vienen derrotas de la mano. Su obstinación en temas como el aeropuerto, la doctrina Estrada, o el abandono al fomento cultural y artístico provienen de una visión personal obsoleta y anticuada; el problema no es que él tenga esa visión, sino que no hay maneras institucionales de que otros aporten la suya.

AMLO es un buen político pero no es un iluminado. La obstinación de AMLO con su propia visión es el impedimento más grande para que logre su máximo objetivo: trascender. La administración de AMLO sigue generando esperanza en muchos y hay razones para creer que es posible cambiar algunos aspectos del país, pero para ello su mayor obstáculo es su dependencia en sí mismo. Si AMLO aprende a la interlocución, a escuchar y a delegar, si AMLO permite un poco más de plasticidad a su pensamiento, podría lograr mejores resultados.

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