Fueron más de tres horas y media de discursos. El primero de diciembre —como hace tres décadas— volvió a ser día del Presidente: sólo una voz se escuchó, sólo una persona importó. La crónica de los ahora narradores oficiales nos regresó a la prensa de los años setenta: “Hoy el presidente desayunó huevos estrellados y su tradicional papaya”, nos “informaban” muy serios los locutores, hablando de la “cuarta transformación” como si el eslogan propagandístico fuera ya parte del ceremonial republicano.

La gente era mucha. Volcada sinceramente a la calle. Mostrando apoyo y esperanza genuinas. No se puede negar la fe de muchos, en ese fervor que tanto confunde.

Muchas promesas. Literalmente cientos. No lo culpo: él de verdad ha recorrido todo el país y conoce las necesidades de la gente, nunca se lo he regateado. Sabe dónde y cuánto duele la pobreza. Y ahí su mayor virtud: le creo cuando dice que se preocupará por “los de abajo”. Pero no hay dinero que alcance. Prometer dinero por aquí y obras por allá no es responsable.

La línea entre el simbolismo místico y la escenografía teatral es tenue. La imagen es poco republicana: el poder civil arrodillado ante un poder distinto que reclama influencias extraterrenales. La cercanía con los pueblos originarios no se manifiesta con la participación en un ritual antes las cámaras. Eso sí, espero que “la limpia” de verdad le dé paz interior, porque da la impresión de que sigue enojado, y mucho.

Para muestra del enojo, está la falta de reconocimiento a una transición democrática en la que también intervinieron millones de ciudadanos.

Otra preocupante muestra es el mensaje ominoso a la oposición: les haré la vida imposible. En tres horas y media de discurso a muchos les habrá pasado de noche esta frase: “Haré cuanto pueda para obstaculizar las regresiones en las que conservadores y corruptos estarán empeñados.” No es poca cosa que el presidente amenace desde el primer momento de su sexenio a quienes se oponen a su proyecto. ¿Qué quiere decir “cuánto pueda”? ¿Aún por encima de la ley? ¿Por qué llamar “conservadores y corruptos” a quienes no piensan como él? ¿Así gobernará para todos? Para mí fue una de las frases más preocupantes porque equipara tener ideas distintas con un delito y, al hacerlo, genera odio contra quien piensa distinto al presidente. Sí, este tipo de frases generan animadversión entre un pueblo que lo que menos necesita es división y odio.

Vienen tiempos oscuros para México. Sólo la luz de los ciudadanos libres podrá guiarnos en esta oscuridad.

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