En un momento de crispación social y política por el que atraviesa México, recrudecido por las campañas electorales en las que se vislumbra una confrontación entre quienes apoyan la continuidad del proyecto del actual gobierno y los que se oponen radicalmente, es necesario hacer una pausa como ciudadanos y ciudadanas para hacer escuchar nuestra voz.

Una vía para actuar políticamente es la capacidad de la ciudadanía para ejercer su “derecho a narrar”. Apropiarse de este derecho implica revertir el esquema de la esfera política que separa a quienes “piensan” y deciden (gobernantes, partidos políticos, élites económicas, políticas e intelectuales), de quienes obedecen y ejecutan lo decidido (el resto de la comunidad). Narrar, no se reduce al acto lingüístico, remite también a la posibilidad de interpelar de manera directa el interés humano fundamental por la libertad misma: el derecho a ser escuchado, a ser reconocido y representado.

La narrativa entendida como acción comunicativa, interpela a la ciudadanía, la relaciona y la une. En este sentido, el derecho a narrar convoca tanto al lenguaje del procedimiento legal como a la experiencia ética. Bajo esta premisa, la libertad de expresión es un derecho individual y el derecho a narrar remite a un derecho enunciativo. Se trata, entonces, del derecho dialógico a dirigirse a otros y ser exhortado, a significar y ser interpretado, a hablar y ser escuchado, a hacer una señal y saber que se recibirá una atención respetuosa. Un derecho enunciativo asume de alguna manera la responsabilidad de dar y obtener una respuesta.

Hoy, más que nunca, es necesario exigir a quienes están compitiendo por ocupar cargos de elección popular a detener la violencia política, a suspender la descalificación a sus oponentes y trabajar en beneficio de la población, a reclamar la imparcialidad de los órganos electorales. En síntesis, reclamar a todos los actores políticos que participan en este proceso a erradicar la guerra sucia de la contienda y presentar sus propuestas —si es que las tienen— para convertir las campañas electorales en un ejercicio democrático real. Para ello, es preciso que la ciudadanía ejecute su derecho a narrar.

Aunque, aparentemente se trate del acto más pequeño dentro de circunstancias limitadas, la narración es capaz de cambiar cualquier constelación. En la acción de narrar se introduce lo infinitamente improbable, reconfigurando de este modo lo que aparece como inamovible. Actuando y hablando mostraremos quiénes somos y revelaremos activamente nuestro punto de vista para que sea tomado en cuenta.

La narrativa constituye un valor cívico a defender. Cuando las sociedades vuelven la espalda a este derecho caduca su posibilidad de escuchar al otro, quedando hundidas en un silencio ensordecedor. Lo que viene después de esto, son estados policiales y culturas xenófobas. Desatender e ignorar el derecho a narrar puede desembocar en voces intimidantes creadas mediáticamente. Por ello, la ciudadanía está obligada a ejercer su derecho a narrar. No permitamos que los medios de comunicación, las redes sociales, ni nadie nos robe la palabra.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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