Duele más una patada en la cartera que en los huevos. No me regañen, no soy yo la ingeniosa (es un decir) peladaza del grupo. Fue el Partido Acción Nacional y uno más de sus spots que engalanan la temporada electoral primavera-verano 2015. Me imagino al creativo diciéndole a los jerarcas panistas un mire con ésta sí nos los fregamos, vamos con todo, el chiste es enlodarlos y usted no se contenga. En el mismo spot un ciudadano comenta “si es así como gastan nuestros impuestos, yo diría que es una chingadera”. Gran argumento, gran calidad discursiva, gran iniciativa. Y —que conste en actas, señor Juez— yo no estoy en contra de la guerra sucia ni de las campañas de contraste. Bienvenidas sean, ya estamos grandecitos para decidir qué consumimos. Pero lo que sí no soporto es que nos traten como autómatas prepavlovianos: aviéntales un chicle envenado; tal vez no voten por nosotros, pero por los otros tampoco. Chido, pues.

El Partido Revolucionario Institucional no se queda atrás. Al ritmo de “los moches de los mochos” exhiben (es un decir) las malas prácticas de los malos gobernantes del mal partido. Rete ingeniosos, manito. Pero lo más lindo, en éste y varios spots de otros partidos, es la inclusión de un largo beeeeeeeeep para ocultar la “mala palabra” que de todos modos se escucha. Es el como chiste de Pepito en la secundaria: anda, dibuja a la maestra así con todas sus cosas, pero tápale tantito pa’ que se le vea el pezón y no más. Contiendas adolescentes, campañas con hormonas adolescentes. Salvo que nuestros adolescentes por edad son más inteligentes que nuestra política adolescente.

El verdadero daño de los spots electorales de la temporada que corre no son la cantidad de ellos ni la duración del proceso. El verdadero daño (y por el cual deberíamos reclamar reparación) es el de la creatividad comunicativa y la concepción de ciudadanía y participación electoral que tienen los partidos que las articulan. Si la activación de la contienda se reduce a una guerrita sucia de ver quién mete más groserías y descalificaciones, de insistir en el turquesa como valor en sí mismo (democracia cromática, que le llaman), de violar la ley porque al fin algo queda (¿o no, Partido Verde?), de quejarse porque quedaste al final de la boleta y en chiquito, de insistir en que “ser de izquierda” te define por decreto… pues estamos jodidos (ya me puse a tono). No lo podemos negar, las luchitas a cerbatanzos en los pasillos de la secundaria eran más interesantes. Y tenían un objetivo más claro.

Otros aspirantes a legisladores (sí, los que legislan, los que hacen leyes), se avientan al ruedo… violando la ley. Bueno, no, seguro no. Imagino habrán pagado, no sé, por los derechos de las rolas. Oiga, candidato, pues use esa canción, esa, Happy, del Pharrell Williams, esa de because I’m happy lalalalalalala. Al fin usted va por el distrito 17 de Cosamaloapan, ni quien se entere de que pssss no es nuestra, pero todos la cantan. Y el candidato de más allá usó al Serrucho, otro más a Gustavo Lima, uno de plano adaptó un narcocorrido. ¿Por qué no, pues?

Ya ni nos metamos a lo que los partidos están haciendo en redes sociales. Pero vistas las propuestas (es un decir) y la comunicación (es un decir) de nuestros candidatos (es un decir), me atrevo a parafrasear su diagnóstico (es un decir): duele más ir a votar por ustedes que una patada en…

Me autocensuro. Adiós.

Comunicadora y académica. @warkentin

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