Cuando reflexiono sobre el dolor con frecuencia regreso a Paul Valéry, “La piel humana separa el mundo en dos espacios. El lado del color y el lado del dolor”. La piel de Valéry (1871-1945) difiere de la piel del siglo XXI. Sometida a todo tipo de maniobras externas —cosméticos, tatuajes, pinturas, plastias— e internas —prótesis mamarias y glúteas, (pseudo) alargamientos del pene—, la piel que hoy envuelve al cuerpo es distinta: el color y el dolor, físico o del alma, no depende sólo de quien ostenta el cuerpo, sino de los dictados de la modernidad.

De Susie Orbach escribí la semana pasada. Leo en la contraportada de La tiranía del culto al cuerpo (Paidós Contextos, 2010), “Además de Sigmund Freud, Susie Orbach, dice The New York Times, es probablemente la psicoterapeuta más célebre que jamás haya ejercido en Gran Bretaña”. Orbach explora en su libro la situación del cuerpo en el siglo XXI. Los avatares y embrollos ahí descritos provocan y cuestionan.

La tiranía del culto al cuerpo ofrece una visión dolorosa del lugar que ocupa el cuerpo, sobre todo el de la mujer, en la sociedad moderna. El cuerpo ha dejado de ser la casa natural, el sitio en el cual el ser humano se albergaba y decidía qué hacer con él y en él. Aunque, como bien anota Orbach, “los cuerpos se forman y siempre se han formado en función de un momento cultural específico”, en la actualidad, a lo que antaño era normal, como el porte, la circuncisión, las marcas faciales, la forma de hablar y mover las manos, se han agregado otras maneras, impositivas, de habitar el cuerpo.

Los cuerpos, además de someterse a las reglas del poder —industrias farmacéutica, alimentaria, estilística, cosmética—, serán, en un futuro, quizás no muy lejano, creaciones de la bioingeniería. Es probable que “pronto” los progenitores puedan seleccionar a su hijo “a la carta”: tipo de pelo, altura, color de la piel. ¿Triunfará la tecnología o logrará la ética impedir que la ciencia conquiste y modifique ad nauseam? Mientras los científicos siguen penetrando en las células madre pluripotenciales —células que pueden desarrollarse en cualquier sentido—, la sabiduría médica contemporánea cambia el tamaño y la forma del pene, sustituye penes por vaginas y le ofrece a las personas lo que no tienen y desean tener, o elimina lo que tienen y no desean tener.

Odiar el cuerpo es logro de quienes pagan a la mass media. La industria ha triunfado al promover la inseguridad y el aborrecimiento corporal. “El odio al cuerpo, explica Orbach, se está convirtiendo en una de las exportaciones ocultas de Occidente”. Ese odio se manifiesta en “los intentos de los jóvenes en Japón, Fiji, Arabia Saudí o Kenia de transformar sus cuerpos, intentos que exponen el dolor de cuerpos angustiados de todo el mundo”.

Orbach ilustra algunas diatribas gracias a sus casos. Michaela, su primera paciente, convirtió su pene en labios vaginales; Aleshia pensaba que sus genitales masculinos eran “un embarazoso defecto de nacimiento que con frecuencia hacía peligrar su vida”; Tony, quien vivió muchos años con la tribu ndebele y después, cuando se reincorporó a la civilización sufrió por el olor insultante del jabón, el cual lo alejaba del “olor de la existencia”, amén de padecer porque nadie comprendía su necesidad de caminar desnudo por su casa; y Colette, quien nuca se sintió a gusto con su cuerpo y le hizo sentir a Orbach una ausencia de bienestar en el suyo. Éstos, y otros casos, ilustran la dificultad de algunas personas para “vivir su propio cuerpo”.

La necesidad de globalizar la vida personal, de modificar los hábitos y la corporeidad, sobre todo de las mujeres, es, en nuestros días, obligatorio. Acoplar el cuerpo en función de los requisitos de la sociedad y de los empleadores es necesario, porque, como apunta Orbach, éxito implica tener un cuerpo controlado y más joven año tras año. Quienes no logran modificar sus contornos no encajan en la vida moderna; su cuerpo se convierte en amenaza.

Cuerpos falsos, vergüenza corporal, cuerpos modelados, cuerpos prestados, cuerpos intervenidos, cuerpos mutilados o aumentados y cuerpos para otros es la consigna de las industrias encargadas de moldear figuras y modificar personas. Esa es la apuesta de los dueños del poder y ese su triunfo.

“La mejora de las capacidades cognitivas y físicas, dice Orbach, nos convierte en más que humanos; de ahí el término ‘transhumano’. Los transhumanistas sostienen que, dado que 25% de la población en Estados Unidos ya dispone de algún tipo de implante corporal, el salto a los pequeños ordenadores personales incrustados será algo común”. Lidiar con esa realidad es tarea de la bioética, devolverle al ser humano la piel de la cual hablaba Valéry es necesidad, y cavilar en la corpolandia orbachiana es obligación.

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