De pronto, sin ninguna anticipación, se crea un escándalo en las aburridas precampañas electorales. Un artículo editorial de Jesús Silva-Herzog Márquez (JSHM) (AMLO 3.0, Reforma 5/II/2018), sobre los cambios de Andrés Manuel López Obrador en su tercer intento de ganar la Presidencia de la República, genera una respuesta del precandidato y se produce un pequeño incendio en la pradera. ¿Es un acontecimiento grave o un drama prescindible?

En este desencuentro, que forma parte del clima político del momento, existe un universo conocido: un crítico registra el cambio de actitud de un político porque pasa de un “sectarismo” intransigente a un “oportunismo”. Este registro ha sido señalado en muchas artículos y opiniones desde hace semanas y se ha incrementado a medida que AMLO suma personajes de otros partidos y, sobre todo, cuando se conoció la alianza con el Partido Encuentro Social, de una marcada orientación derechista. A lo largo de las últimas semanas se han escuchado calificaciones fuertes que acusan de pragmatismo estas decisiones. Es cierto que tanto en 2006 como en 2012 AMLO se mantuvo dentro de su voto duro y que el apoyo externo no fue suficiente para ganar. Hace seis años era complicado ganarle a la maquinaria política, mediática y económica de Peña Nieto. En 2006 se criticó la incapacidad de hacer alianzas para ganar. Por otra parte, resulta muy sabido que el estilo de AMLO es el uso de frases descalificadoras para sus antagonistas, como la famosa “mafia del poder”, que tiene mucho de cierto. Hasta aquí no hay novedades importantes. ¿Qué cambió?

Cada parte del diferendo tiene sus razones legítimas. El crítico está en todo su derecho de hacer el análisis y expresarlo como mejor lo considere. El político puede responder, expresar su opinión o aguantarse. En este sentido nadie niega el derecho del otro, pero lo importante es la forma en la que se modula el acontecimiento, es decir, cómo se construye en la opinión pública. Se puede pensar que el crítico no está obligado a ser políticamente correcto en sus señalamientos, pero, al mismo tiempo, se le pide al político que tolere la crítica, que la acepte y, en todo caso, que pueda argumentar sus desacuerdos. Eso sería una ganancia para el mismo proceso político, pero desafortunadamente no tenemos debates, sino ejercicios mínimos, opiniones de 140 o 280 caracteres en las redes sociales. Pero el desencuentro escaló y creció en el volátil horizonte de la opinión mediática y de las redes sociales. ¿Era para tanto? ¿Estamos ante la fabricación de un gran evento o ante la inflación de un desencuentro que se puede ubicar como parte de la normalidad de una sucesión presidencial?

Estos acontecimientos no se gobiernan sólo de acuerdo a una racionalidad estricta. Recordemos lo que pasó no hace mucho con la declaración sobre ‘perdonar a los capos’, una afirmación de AMLO que se llevó hasta las nubes, que se interpretó de forma muy negativa y que generó una amplia condena social. Lo mismo sucedió con este altercado, a pesar de que haya decenas de críticas que se han dicho y escrito sobre la política de alianzas de Morena y el pragmatismo de esas decisiones. Hay que reconocer que los dichos y los mensajes en las redes cobran relevancia de acuerdo a quién lo dice y a sus posibilidades de ganar el 1 de julio. En este caso, una parte de las interpretaciones que se han hecho de la respuesta de AMLO a JSHM, insisten en que estamos ante el mismo político de siempre y que sus cambios —como las burlas sobre la guerra sucia en su contra— fueron sólo un breve momento, pero que ya regresó a su carácter de intolerancia.

Defiendo el derecho a disentir, tanto de la crítica, como de los políticos, pero la experiencia de 2006, mostró como un “cállate chachalaca” a Fox, fue en su momento razón para perder miles de votos. Ubicar a JSHM como un articulista “conservador con apariencia de liberal” y ponerlo en el espacio de la “mafia del poder”, puede resultar absurdo, ser parte de la batalla ideológica, pero se puede convertir en una marca negativa para el político. Quizá por eso AMLO pide una disculpa pública. ¿El puntero de la competencia se puede dar el lujo de cometer estos errores?

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