En la madrugada del 5 de enero, casi a la misma hora, Ovidio Guzmán López (“El chapito”) era recapturado por las Fuerzas Armadas de México, mientras que Ernesto Piñón de la Cruz (“El Neto”), en su fuga del Centro Estatal de Reinserción Social No. 3 de Ciudad Juárez, perdía la vida en manos de la policía estatal de Chihuahua.

Ovidio Guzmán, con apenas 32 años, hijo del capo Joaquín “El Chapo” Guzmán, fue arrestado en Culiacán, Sinaloa y llevado a la Ciudad de México para cumplimentar formalmente la orden de captura con fines de extradición a los Estados Unidos. Y, posteriormente, enviado al penal del Altiplano, una cárcel de máxima seguridad ubicada en Almoloya de Juárez, Estado de México.

Ernesto Alfredo “El Neto”, con tan solo 33 años, cargaba una condena de más de 200 años por los delitos de secuestro, asesinato y decapitaciones. Autor del motín ocurrido apenas el 11 de agosto de 2022, en el que once personas murieron y, también, responsable de la reciente fuga del penal de Ciudad Juárez, en la que escapó con otros 29 internos, dejando a su paso la muerte de 17 personas. Su libertad solamente duró cinco días. Tras un intenso operativo de la policía estatal para recapturarlo, perdió la vida.

Se trata del desenlace de dos jóvenes que optaron por el crimen organizado. Uno, siguiendo la tradición delictiva del padre –quien ahora purga cadena perpetua en EU–, permanecerá privado de su libertad y, seguramente, será extraditado para enfrentar la justicia estadounidense. Otro, abatido, sin ninguna marca de identidad más que la de ser un hijo de la calle.

Esta circunstancia lleva a reflexionar sobre la importancia de que los jóvenes tomen distancia de las conductas criminales. Elegir la delincuencia no constituye una alternativa. “El chapito” seguramente será condenado a permanecer en prisión por el resto de su vida y, “El Neto”, hoy está muerto. Vidas desperdiciadas para siempre.

Por otra parte, resulta ridículo afirmar que la recaptura de Ovidio Guzmán López responde a la visita del presidente Joe Biden a México, a propósito de la Cumbre de Líderes de América del Norte. Pero, más absurdo aún, suponer que la detención de “El chapito”, desmantelará el cartel de Sinaloa.

Ciertamente, estas operaciones están relacionadas con la estrategia de seguridad instrumentada por el presidente Andrés Manuel López Obrador. Maniobra distinta a la utilizada por Calderón y Peña Nieto, cuyo propósito fue beneficiar a grupos de intereses creados. La frase de la secretaria de Seguridad Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, sintetiza la diferencia con el actual gobierno: “no vinimos a ganar una guerra, venimos a ganar la paz”.

La política de seguridad, “Abrazos, no balazos”, no implica “dejar hacer, dejar pasar”, sino actuar con estrategias de inteligencia, vigilancia y coordinación para enfrentar al crimen organizado, priorizando la seguridad de la población y el respeto por los derechos humanos.

El arresto de Ovidio Guzmán López y la muerte de Ernesto Piñón de la Cruz prefiguran dos ejemplos de que el crimen no “paga”. El mito de que es la solución para alcanzar el éxito y la bonanza es un engaño.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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