Entre gritos y sombrerazos empezó la “contienda” por la dirigencia del Partido Acción Nacional, con acusaciones e insultos entre el ex presidente Calderón y Héctor Larios, quienes con la boca llena de verdad se dispararon vía Twitter, haciéndose señalamientos de corrupción, traición, hipocresía o de haber terminado con la democracia en el PAN, a cada uno se le podría aplicar la bíblica frase de “tú lo has dicho”. Se trata, sin duda, de personajes que han sido actores fundamentales de la vida contemporánea de su partido, algo sabrán.

Muchos panistas consideraron el 2000 como el año de la alternancia, pero no el del arribo del PAN a la presidencia de México, mismo que se consolidó para la militancia albiazul con la llegada de Felipe Calderón a quien se le veía como un verdadero panista, toda vez que a su antecesor Vicente Fox y a su equipo nunca se les concedió esa calidad, ni por su militancia ni por su ideología. Calderón representaba, al mismo tiempo, la oposición al priismo recalcitrante, fundada en la crítica a las prácticas antidemocráticas de la entonces dictadura perfecta y su retórica política de décadas. Sin embargo, desde Los Pinos, Felipe Calderón no tardó en tomar control de la dirigencia nacional del PAN, enseñando, de paso, el camino a varios gobernadores panistas que lo emularon rápidamente, una copia de las prácticas priistas, corregidas y aumentadas.

La desafortunada cooptación de las dirigencias nacionales y estatales no consistió tan sólo en el hecho de intervenir e imponer dirigentes, sino que lo más incongruente eran los métodos que usaban, ofreciendo cargos públicos a los consejeros nacionales y estatales, quienes una vez en la nómina de la burocracia debían votar como se les indicaba a la hora de elegir dirigentes o candidatos y que, de no seguir la línea, podrían perder importantes puestos en los gobiernos federal, estatales y municipales. Los “consejeros” representaban intereses y ejecutaban órdenes de arriba.

Fue así como, a través del dominio que impuso en el CEN panista, Calderón contó con un poder que no tuvo Fox, el de designar candidatos a diferentes cargos en los estados o bloquear a otros. Uno de sus aliados para consensar entre las cúpulas esas designaciones o frenar candidaturas fue, irónicamente, Héctor Larios, en ese tiempo coordinador de los diputados federales panistas con el aval del mandatario, quien ocupaba también uno de los cinco asientos en la recién creada Comisión de Designaciones del CEN del PAN, desde donde pusieron y quitaron a su gusto y conveniencia, que no de la de los militantes.

La memoria a veces es corta, pero la amnesia no es generalizada. Juntos, Calderón, Larios y otros pocos, impusieron y vetaron candidaturas con base a arreglos cupulares, sin importar perfiles o trayectorias y sin convocar a las asambleas donde los miembros del partido podrían elegir bien o mal a sus representantes, perdiendo cada vez más peso en las decisiones en las que antes eran la última palabra.

Hoy el ex presidente y Larios, alguna vez aliados, se atacan mutuamente, incluyendo como principal blanco de los golpes de Calderón a otro michoacano, Marko Cortés, que será, sin duda, por acuerdo de los grupos del poder, el próximo presidente del PAN. Esto último podría orillar al ex presidente de la República a renunciar al partido del que además fue líder nacional, si no es que lo expulsan antes, cosa que nadie ha osado hasta ahora, pero que reforzaría la posibilidad de que se sumara de lleno a apoyar la asociación hoy civil, mañana seguramente política, de su esposa Margarita Zavala, que algo intentará desde ahí.

Lo triste para el PAN es que ni el PRI ni Morena han sido quienes les han sacado sus trapos al sol, sino que son los propios panistas quienes hoy ventilan sus historias y se califican. Antes cómplices. Así se llevan, el comal y la olla.

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