Desde la óptica de la banca, en México no hay bancarrota. Pero vista la realidad con otro cristal, la respuesta es otra.

Las ciencias sociales funcionan con una especie de “ley de la relatividad”: sus conclusiones son siempre relativas. Todo análisis está afectado por los prejuicios e intereses del observador. Esa “ley” afecta cualquier respuesta a ¿cómo está hoy México?

¿Está el país en “situación de bancarrota? Andrés Manuel López Obrador (AMLO) usó esa expresión para definir la condición del Estado que el gobierno saliente le entregarán en diciembre. De inmediato, y empleando un lente de observación diferente, Claudio X González, otros “hombres de empresa” y políticos del viejo y fracasado régimen —como Miguel Ángel Osorio Chong—, le respondieron que México y su economía estaban bien, que cuidara sus palabras, pues proviniendo del presidente electo, podían dañar el clima de las (sus) inversiones.

Obvio, como presidente electo y luego en funciones, AMLO debe cuidar su discurso, explicarlo. Pero el punto importante es si México está o no en bancarrota. La respuesta depende, en parte, de la definición del concepto y, sobre todo, del color del cristal —la posición social y el interés económico— a través del cual se examine la realidad mexicana.

Según el Diccionario Esencial de la Lengua Española, (Real Academia, 2006), bancarrota, tiene tres acepciones: quiebra comercial, ruina económica y “descrédito de un sistema o doctrina” (p. 177).

La quiebra comercial no caracteriza hoy a México, pero su estado de salud es precario. El déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos del último año fue de 18 mil 331 millones de dólares. Más importante es que la deuda externa total acumulada ya llegó a los 481 mil millones de dólares, lo que rebasa el 40% del PIB, (www.indexmundi.com/mexico/debt_external.html), su uso no fue para infraestructura y su pago consume más del 11% del gasto del sector público.

Lo de ruina económica depende desde dónde y con qué cristal se le mire. El crecimiento del PIB para el 2017 se calculó en 2.0% y el per cápita en un raquítico 0.75%. En contraste, las utilidades de la banca crecieron “sin precedentes”: 137 mil millones de pesos, es decir, 28.4% más que las del año anterior, (fuente: la CNBV). Si el PIB en conjunto creció apenas un 2%, pero el del sector bancario creció 14 veces más, entonces debe haber sectores económicos que no avanzaron o retrocedieron, como el industrial, que lo hizo en 0.6% respecto al 2016, (El Economista, 28/08/18).

Desde la óptica de los ingresos tributarios, esos recursos con los que AMLO quiere cambiar positivamente el entorno material de los más pobres, si bien han pasado de un bajísimo 8.4% del PIB en 2006 al 12.8% en la actualidad, siguen siendo inadecuados, pues el promedio de recaudación en los países de la OCDE, es de 34.3% del PIB y si para ser realistas sólo tomamos el del subconjunto de los países latinoamericanos, la cifra es 22.7%, (Revenue Statistics in Latin America and the Caribbean 2018). Como se le mire, en este campo la situación de México no es de congratularse.

Examinemos, finalmente, en nuestro contexto, la acepción de bancarrota como “descrédito de un sistema o doctrina”. Justo aquí viene al caso el Manifiesto por un liberalismo renovado que hace, desde el lado del capital, uno de los más famosos órganos de opinión mundial y análisis del sistema económico liberal desde hace 175 años: The Economist, (15-21/09/18).

Sin apartarse un milímetro de la defensa del liberalismo que enarboló en su número inicial de 1843 y del neoliberalismo de hoy, The Economist, acepta que, si bien esta doctrina dio forma al mundo moderno, hoy, ese mundo se ha puesto en su contra, al punto que se viven los prolegómenos de una rebelión popular contra las élites liberales. La revista sostiene la idoneidad de estos principios —compromiso con la dignidad humana, mercados abiertos, límite a la acción del gobierno y fe en el progreso por la vía del debate y la reforma—, pero acepta que en buena medida su práctica se fue por otro rumbo.

The Economist no usa el término bancarrota para calificar la situación del neoliberalismo hoy, pero sí su equivalente: “descrédito de un sistema o doctrina”. Los trabajadores dudan de su equidad pues lo ven cargado a favor de los monopolios corporativos, ha fracasado en proveer respeto cívico para todos y la clase gobernante vive en una burbuja: “sus miembros van a las mismas universidades, se casan entre ellos, viven en los mismos barrios, trabajan en las mismas oficinas” y esperan que el pueblo se mantenga lejos del poder y se contente con un cierto progreso material. Sin embargo, ese progreso hoy no se da porque hay un estancamiento de la productividad y persisten los efectos de la crisis de 2008.

The Economist acepta que hoy el “interés común” de la ideología liberal no existe, que lo que hay es la creciente polarización de las sociedades, que se define como la lucha entre el “precariato” y los “patricios”, algo que tiene ecos de lo expresado en 1848 por el Manifiesto del Partido Comunista.

Y sin entrar en el tema de la bancarrota moral del régimen encabezado por el PRI y el PAN, resulta que el análisis económico y social de The Economist está más cerca del diagnóstico de AMLO que del de Claudio X González, et al.

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