Whores’ Glory es un documental del austriaco Michael Glawogger y es la mejor película de todos los tiempos sobre el comercio del sexo y de mujeres en el mundo.

Película de 2011 que en su momento fue premiada en el Festival de Cine de Venecia y luego desapareció de las pantallas. Si tiene usted suerte encontrará en algún cine club cultural, en una biblioteca o con el más culto de sus vendedores de películas piratas.

Glawogger murió en abril de 2014 y dejó una decena de películas para la posteridad, entre ellas Whores’, su obra maestra en el terrero del también llamado cine verdad.

El documental presenta tres casos distintos sobre la vida de las mal llamadas “mujeres de la calle”. La chicas que se exhiben en las peceras del sexo en Tailandia, las casas de las felicidad en Bangladesh y las muchachas que trabajan en la llamado Zona en Reynosa, Tamaulipas. Tres mundos y uno sólo oficio, el más antiguo de la humanidad, el mismo que se practica desde que la tierra es tierra y desde que el hombre es hombre.

Whores’ Glory tiene la peculiaridad de presentar el fenómeno de la prostitución internacional con una mirada poco lastimera que permite ver las cosas de distinta forma. Glawogger no hace una denuncia social del comercio del sexo, el cineasta no juzga, sólo mira y retrata, traduce al arte lo más feo de la humanidad. El director tampoco es un defensor de las mujeres que por distinta razones terminan vendiendo su cuerpo al mejor postor.

El finado cineasta austriaco habla de las prostitución mexicana y una de ellas señala a los padrotes de Tlaxcala como una de las magias de trata de mujeres en el país. La sexo servidora de La Zona en Tamaulipas da santo y seña de cómo se trabaja en la materia. La mujer ofrece su testimonio como quien platica sobre las cosas simples de la vida.

Dice la entrevistada que los padrotes de Tlaxcala viajan por los pueblos de México en busca de muchachitas bonitas y pobres, que las enamoran, que las engañan y las ponen a trabajar. Luego de esto, la cámara del director se dedica a mirar a las chicas de la Zona en su diario vivir, buscando clientes, tomando cerveza en bar, incluso aparecen teniendo sexo explícito con alguno de sus clientes.

Pocas veces una cámara de cine ha penetrado hasta la intimidad pública de una prostituta mexicana, con toda su crudeza, su trucos, sin maquillajes, sin efectos especiales. El testimonio denuncia de Glawogger sobre el negocio público e ilegal del sexo en México fue escuchado y visto en el mundo nadie hizo nada, ni lo harán.

Los mimos sucedió con la película Cartel land de estadounidense Matthew Heineman sobre las autodefensas en Michoacán. Todo aquel que haya visto esta película sabrá que Heineman remata su alegato con algunas de las imágenes que deberían escandalizar a todo México: maleantes cocinando metanfetaminas en algún lugar de Michoacán vistiendo los uniformes de las Policías Rurales. Puede que sea un truco, disfraces y nada más, puede que no.

Pero en la misma película se puede ver a uno de los comandantes de la llamada Policía Rural decir que ahora trabaja para el gobierno y que también pertenece a la banda Los Viaras.

Vemos y escuchamos a una prostituta de Reynosa señalara sus enganchadores y vemos a narcotraficantes siendo armados por el Gobierno Federal y no pasa nada.

Tal parece que un documental es sólo entretenimiento.

Aseguran los teóricos que vamos al cine para tomar conciencia de la vida y sus defectos, que el cine tiene un propósito más elevado, que es interpretar la vida misma.

Pero las cosas están tan de mal y de malas, que tal parece que el espectador está cansado, hastiado, tiene pereza incluso de indignarse con semejantes testimonio, crudos y directos, que nos ofrece el cine de la realidad, mejor conocido como documental. FIN

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