En estos días, llenos de tuits y declaraciones, llenos de cambios de humor, pareciera que basta solo una seña—positiva o negativa—, apenas un guiño o una palabra expresada en una gran cumbre como la del G7, para transformar la narrativa. Esto ocurrió con el asunto de la guerra comercial EEUU-China, no una sino varias veces, a lo largo del último fin de semana. Una especie de sube y baja emocional que depende de lo que Trump decida decir o hacer. Si “China no está cumpliendo con su parte”, las bolsas caen. Pero si “Xi Jinping es un gran líder”, los mercados se animan y el optimismo regresa. El problema es que tratar este tema de esa forma lleva un subtexto: la apariencia de que todo este “show” no es más que una serie de “tácticas de negociación” por parte de Trump orientadas a mostrarse como un presidente que cumple con su base o con sus objetivos electorales, siendo que estamos ante un conflicto mucho más hondo que rebasa a ese presidente. Pero esto no se limita a las notas periodísticas o al ánimo de los mercados. Hay muchos ensayos y reportes profundos, bien argumentados, que explican que no estamos viviendo una “nueva Guerra Fría”, o que la situación actual entre China y EEUU es muy diferente a la de otros momentos históricos cuando las grandes potencias se han confrontado. Lo que parece estar haciendo falta en muchos de esos análisis, sin embargo, es incorporar una variable central: la dinámica propia que adoptan los conflictos una vez activados. El peligro mayor de lo que está sucediendo entre EEUU y China, tiene mucho menos que ver con el porcentaje de aranceles que se sume o se reste esta semana, o el resultado inmediato de las negociaciones del mes o el año que viene, y mucho más con la vida de que se está dotando a una espiral que tiene no una, sino muchísimas facetas.

Empecemos por explicar algunos de los argumentos que se emplean para distinguir la situación presente de otras en el pasado. Hay autores que indican que el poder militar y material de EEUU es tan distante del de cualquiera de sus rivales, que es impreciso hablar de una competencia entre potencias pares como en otros momentos de la historia (Mazarr, 2019). Otros argumentan que no hay realmente un choque ideológico entre China y EEUU, pues China ha venido paulatinamente abrazando el capitalismo a un grado tal que hoy la sociedad de ese país se parece mucho a la estadounidense; algo muy diferente a lo que lo que sucedía durante tiempos de la Guerra Fría entre EEUU y la URSS (Westad, 2019). Otros autores indican que, debido a la existencia de instituciones y reglas internacionales o a la posesión de armas nucleares por parte de todos los actores, el rol que juega lo militar en la actualidad es muy distinto al pasado. Un conflicto armado entre superpotencias nucleares es difícil de concebir y en cambio, se usan otras estrategias como el comercio, la tecnología o la guerra de información para golpearse (Chesney y Citron, 2018; Sharikov, 2019). Por si eso no bastara, la interdependencia económica, comercial y financiera entre EEUU y China nos habla de un tipo de relación que no puede ser comparada con la rivalidad o la competencia entre las grandes potencias de otros tiempos.

En fin, los argumentos siguen y, aunque, podrían ser rebatidos en ciertos de sus aspectos o elementos, la verdad es que no son incorrectos. Es cierto que el momento actual es considerablemente distinto a cualquier otro de la historia, y que, por tanto, emplear categorías como “Guerra Fría” o “competencia entre grandes poderes”, las cuales se han
usado para explicar otros casos pasado, puede ser impreciso o puede nublar el entendimiento sobre lo que estamos experimentando.

Dicho lo anterior, como explicábamos, hay una pieza central que falta en muchos de esos análisis: la dinámica que adoptan los conflictos cuando se encienden, y vaya si de eso podemos aprender en esa misma historia de la que hablan los autores mencionados. Una vez que se activa una espiral entre dos actores, las medidas y contramedidas empiezan a regirse por una lógica de acción-reacción. Al principio, lo normal es que cada uno de esos pasos sea bien calculado y se intenta mandar el mensaje de que existe una puerta abierta para la negociación y para desactivar la escalada. Sin embargo, a medida que la otra parte responde con su propio contraataque, y a medida que se demuestra que las acciones tomadas no están consiguiendo los objetivos que se buscaban, los actores se pueden empezar a ver arrinconados por sus propias estrategias y se sienten obligados a seguir escalando cada vez más sus tácticas para ver si ahora sí consiguen la meta de doblegar al otro. Pero si la contraparte sigue respondiendo con golpes igualmente duros, la situación se puede empezar a salir de control. A veces pasa que las herramientas comerciales y financieras se empiezan a agotar y se tiene que echar mano de otro tipo de estrategias para seguir escalando la espiral; o pasa que otros temas se empiezan a ver contaminados por el ambiente de tensiones en ascenso. Otras veces, como entre EEUU y China, pasa que en realidad lo comercial no es sino una de las múltiples caras de una conflictiva que es mucho más honda.

De ahí la necesidad de mirar el panorama de manera más amplia. El aumento de aranceles entre Washington y Beijing que marca las notas cotidianas se está dando en el medio de un entorno caracterizado por: (a) la expansión china, no solo económica sino militar, en sus mares colindantes en zonas disputadas, con los conflictos que esto provoca con distintos países de la región; (b) la decisión de Washington de desafiar esa expansión a través de mecanismos como las expediciones de “libertad de navegación”; (c) la creciente cercanía entre la administración Trump y Taiwán, y la decisión de Beijing de hacer notar, de distintas formas, la ira que esto le provoca; (d) la guerra tecnológica, la ciberguerra y la guerra de información entre esas superpotencias; (e) la carrera armamentista y el abandono de EEUU del tratado de misiles intermedios (Intermediate-Range Nuclear Forces o INF), así como la determinación de Washington de desplegar varios de estos misiles en espacios geográficos cercanos a China; (f) el aumento de la cooperación Beijing-Moscú en cuestiones geopolíticas y estratégicas y los nervios que ello provoca en Washington; y (g) la competencia entre EEUU y China por espacios de influencia económica, financiera y política en distintas regiones del globo, lo que ya no solo se remite a Asia, sino que incluye zonas como África, América Latina e incluso Europa.

De manera que podemos conceder el hecho de que estamos en una etapa histórica muy diferente a cualquier otra, y que las relaciones entre superpotencias como EEUU y China son demasiado complejas como para compararlas con las rivalidades del pasado. Lo que no sé es hasta qué punto nos estamos dando cuenta de que se está despertando a un monstruo que no necesariamente todos sabrán domar. El riesgo mayor es entender y tratar el tema a partir del ánimo del momento, o a partir del tamaño de las tarifas arancelarias que un buen
día Trump decide aplicar o eliminar. Reconocer el fondo del problema podría ser un primer paso para tratar de detener la escalada.

Analista internacional.
Twitter: @maurimm

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