“El dos de octubre llegamos, todos pacíficamente, a un mitin en Tlatelolco… Año de 68, qué pena me da acordarme, la plaza estaba repleta como a las seis de la tarde … De pronto rayan el cielo cuatro luces de bengala, y aparecen muchos hombres: guante blanco y mala cara … Alzo los ojos al cielo y un helicóptero miro, luego sobre Tlatelolco llueve el fuego muy tupido.”

La memoria del 68 ha sido injusta con las voces más pequeñas del movimiento, con aquellas personas que participaron como brigadistas en la revuelta, y también enfrentaron las consecuencias.

En los libros de historia fulguran nombres como el de Javier Barros Sierra, el rector de la dignidad, Heberto Castillo, “el presidentito” al que querían matar, Gilberto Guevara, Raúl Álvarez Garín o Luis González de Alba, los jóvenes líderes carismáticos. Pero, como en cualquier gesta masiva, hubo otros miles de personas, hoy todavía desconocidas, a quienes el 68 también les cambió la vida de manera definitiva.

Judith Reyes, autora del corrido “Tragedia de la Plaza de las Tres Culturas” –citado arriba–, es un ejemplo de esta desmemoria. Fue una artista que se atrevió a desafiar al régimen con una muy mexicana forma de rebeldía.

Después de la masacre Judith fue secuestrada y corrieron largas semanas en que estuvo desaparecida. Como otros, una vez que recuperó la libertad se vio forzada al exilio. Su caso sirve para hablar de esos miles que dieron la batalla a ras de suelo, cuya memoria se mantiene todavía silenciada.

“La represión la vivimos en todo momento; cuando andábamos en brigadas fuimos balaceados, perseguidos, sufrí la represión que sufrió todo el mundo,” cuenta Samuel Paz Cabrera en una recopilación recién publicada de relatos, (Octubre Dos, Historias del Movimiento), uno de los libros de la colección Brigadistas del Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM.

“La Voca 1 estaba en pleno barrio de la Morelos, una colonia más bien aguerrida. La mayoría de mis compañeros eran hijos de obreros o venían de provincia”, narra Rolando Brito, en el mismo libro. Moisés Ramírez de la Vocacional 7 agrega: “Después del 2 de octubre los brigadistas nos enfrentamos a asumir la dirección debido a que nuestros dirigentes estaban en la cárcel… Nos acercamos más al sector obrero (y) en una ocasión los compañeros de la prevocacional fueron agredidos, y la gente de los mercados los defendieron con machetes”.

Continúa el relato Eugenia Escamilla: “En la Escuela Superior de Medicina la base estaba constituida por 60% de mujeres; proveníamos de familias muy tradicionales, esto nos motivó a llevar una participación más activa, con la finalidad de cambiar ese régimen tan estricto que iba desde el gobierno al núcleo familiar”.

“También a los perros les poníamos mantas con consignas –añade Andrés Chávez–, para que anduvieran en la calle promoviendo el movimiento. En las mantas podías leer: “Prefiero ser perro a ser granadero”.

Iván Uranga rememora: “Llegó el cuate ese, el general sin batallas, que ascendió todos sus grados por dirigir matanzas de estudiantes. Toledo con megáfono dijo: ‘¡Ríndanse!’ Contestamos: ‘¡Pura madre!’ Corrimos a las azoteas, arriba teníamos las molotov, con tan mala suerte que no prendió ninguna, caían apagadas, al parecer estaban mojadas”.

ZOOM: Miles de vidas cambiaron para siempre a partir del movimiento estudiantil de 1968. A sus setenta y tantos, hoy las y los jóvenes del 68 se confiesan sobrevivientes. Su memoria será la nuestra porque aquellos testimonios, obtenidos a ras del suelo, son la fuerza más genuina que hace 50 años alimentó la imaginación y desafió de manera definitiva al poder. Va el homenaje para todos esos brigadistas.

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