Una noche de 1875 varios carruajes se detuvieron frente a un palacio ubicado en la calle de Medinas número 6. El edificio de rojo tezontle, construido en el siglo XVIII, sobresalía por su elegante portón, y por los doce balcones que había en su fachada.

De los carruajes bajaron algunos de los hombres más sabios, los más eruditos que había en la Ciudad de México: Joaquín García Icazbalceta, José Fernando Ramírez, José María Bassoco.

Apareció también el entonces presidente de la República, Sebastián Lerdo de Tejada.

En Medinas 6 habitaba Alejandro Arango y Escandón, el mayor conocedor de la lengua castellana, al que habían vuelto célebre sus estudios sobre la obra de Fray Luis de León.

En la sala de esa casa fue inaugurada aquella noche la Academia Mexicana de la Lengua.

Un siglo y medio más tarde la calle ya no se llamaba de Medinas, sino República de Cuba, y el edificio estaba convertido en una vecindad. Buena parte de los cuartos eran empleados por los comerciantes del rumbo como bodegas. Los vecinos del Centro denunciaban que una banda de asaltantes, conocida como Los Runners, se refugiaba ahí luego de sus atracos.

Visité el antiguo palacio alguna vez, intentando imaginar la velada fundacional de 1875. Pero era imposible. Había cajas, ratas, grietas. Olía a caño y excremento. Sobre cada cosa se desplomaba el descuido de más de un siglo. Nadie hizo nada por él.

Hoy, el edificio de Cuba 86 se encuentra en la lista de inmuebles del Centro Histórico que deben ser intervenidos “en forma apremiante” a consecuencia de los daños que presentan, y que ponen en riesgo su estabilidad.

Tras el sismo del pasado 19 de septiembre, el Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México y la Secretaría de Gobierno capitalina integraron brigadas de ingenieros y arquitectos profesionales que recorrieron las calles del Centro a fin de levantar una especie de censo de daños materiales. Las brigadas revisaron 636 inmuebles. De estos, 78 presentaron afectaciones señaladas como graves. Son los inmuebles que según el Fideicomiso deben ser atendidos “en forma apremiante”. Lo peor es que en 51 casos se trata de edificios con valor histórico, catalogados por el INAH o el INBA.

En esas condiciones se encuentran edificios de los siglos XVIII y XIX ubicados en Academia 30, Belisario Domínguez 78, Calle del 51 número 1, Lázaro Cárdenas 11, Primo Verdad 11, Mesones 25, Jesús María 156, Bolívar 89 y Argentina 94, entre otros.

De los 78 edificios, 71 son propiedad de particulares.

Los edificios señalados ya se hallaban en riesgo antes del sismo. La intensa actividad comercial de la zona provocó que inmuebles históricos fueran empleados como bodegas, talleres, oficinas, ¡incluso estacionamientos!

Para adaptarlos a estos fines, los propietarios realizaron modificaciones inadecuadas. Demolieron elementos estructurales, hicieron agregados en azoteas, añadieron estructuras ajenas a los edificios —desde escaleras y tapancos hasta máquinas, antenas y chimeneas.

Sobrecargaron también los pisos superiores con mercancía destinada a la venta al mayoreo. Levantaron plazas comerciales que dañaron los edificios históricos que se hallaban en sus colindancias y de todo esto obtuvieron “altísimos ingresos”, aunque no invirtieron nunca en el mantenimiento de los edificios.

De acuerdo con el Fideicomiso del Centro Histórico, ese descuido fue el principal causante de la vulnerabilidad de los inmuebles: 17 de ellos tendrán que ser demolidos total o parcialmente: un pedazo más de nuestra Historia se perderá con ellos.

A la creación de ese panorama colaboró en mucho la “congelación” de rentas, que durante medio siglo impidió que inquilinos y propietarios invirtieran en la conservación del patrimonio arquitectónico. A todo ello se sumaron los conflictos testamentarios y la invasión de predios por parte organizaciones sociales que han dejado caer los palacios que están bajo su “protección”.

Todo estaba hecho desde antes. El terremoto sólo desnudó la verdadera realidad del Centro.

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