Cuando suceden eventos como las balaceras de esta semana en espacios públicos en Cuernavaca, hay otro tipo de víctimas de las que no siempre se habla: los millones de personas que padecemos los efectos psicosociales. No se trata solo de la “percepción de inseguridad” que refleja una gran cantidad de encuestas. Estamos hablando de efectos que tienden a dejar una huella.

Primero, este es un tema adicional a las víctimas directas de la violencia. Lo que estamos describiendo, se viene a añadir y complica las dificultades provocadas por los homicidios, los heridos, la necesidad de atender a sus familiares o a las miles de víctimas de las comunidades afectadas por circunstancias asociadas al crimen organizado.

Segundo, el problema central es que el miedo acarrea una serie de impactos en distintos rubros. Las personas que están bajo estrés o tienen miedo, tienden a ser menos tolerantes, más reactivas y más excluyentes de otras personas, favorecen figuras autoritarias y apoyan menos cualquier proceso de paz. Es por eso que el Instituto para la Economía y la Paz incorpora el miedo a la violencia como una de los factores que definen la falta de paz.

Lo esencial es entender que somos seres sensibles y vulnerables, que no tenemos la armadura suficiente para recibir, procesar y permanecer inmunes ante el cúmulo de información que recibimos. Estamos hablando ya no de las personas que tienen contacto directo con la violencia, sino de quienes nos enteramos de ellos a través de noticias, conversaciones, rumores, textos, imágenes y videos.

Nuestra investigación ha detectado una correlación estadísticamente significativa entre exposición a medios y síntomas de estrés y trauma como angustia, irritabilidad, pesadillas e insomnio. Encontramos la presencia de este tipo de síntomas en varias de las zonas con baja incidencia delictiva, lo que nos habla de un contagio de estrés. Detectamos afectaciones que los participantes asociaban a la violencia criminal tales como cambiar sus patrones de conducta, dejar de salir a la calle, dejar de frecuentar espacios públicos, faltar al trabajo, sospechar de personas desconocidas, o hasta problemas estomacales, además de una fuerte tendencia a la habituación y a la evasión.

No es que siempre tengamos la capacidad de concientizar el impacto psicosocial que se reproduce bajo estas circunstancias. Tampoco estamos equipados para evitar varios de estos efectos de contagio. Hay quienes se indignan porque una parte de la ciudadanía prefiere evadirse de las noticias de violencia, o porque pareciera que se muestra inmune ante ella. Pero estas porciones de la población, también son víctimas: las víctimas psicológicas de la impotencia y la desesperanza.

Hay quien diría que para lograr reducir este impacto psicológico primero hay que reducir la violencia material. Sin embargo, se trata de fenómenos vinculados que ocurren en paralelo y que se alimentan mutuamente. Dejar para “después” las repercusiones psicosociales que vive nuestra sociedad, es ignorar que construir paz incluye afrontar y atender el estrés colectivo de manera simultánea a cualquier estrategia que se siga para abatir los picos de violencia material.

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