En un abrir y cerrar de ojos la segunda década de este tercer milenio está por concluir. Grandes avances ha tenido la humanidad por los cambios tecnológicos, sin descontar sus efectos disruptivos en nuestras vidas. Sobresale de manera particular la conectividad y el acceso a dispositivos que jamás hubiéramos imaginado estarían al alcance prácticamente de todos. La relación entre personas y entre sociedad y Estado es otra.

No puede soslayarse que la naturaleza nos está recordando que es implacable y que las facturas se pagan. El grave deterioro del medio ambiente, con la sobre-explotación de los recursos renovables y no renovables, está dejando claro que la huella del ser humano para alcanzar niveles de vida más altos se ha estado haciendo a expensas de lo que el planeta resiste. El calentamiento global es prueba de ello. Si 2019 ha sido un año intenso en todos los ámbitos, hay que ponerlo en perspectiva.

Durante estas primeras dos décadas del primer siglo del tercer milenio destacan en materia económica dos aspectos. Uno, que sí es posible reducir la pobreza extrema. Y dos, la cooperación a nivel global sigue siendo indispensable. El haber superado la Gran Recesión lo prueba. Por cuestión de espacio sólo me referiré al primero.

A la reducción de la pobreza ha contribuido más que nada el crecimiento de las actividades productivas facilitadas por un auge en el comercio internacional. En el inicio del año 2000 y del tercer milenio, ¿quién se habría imaginado el ascenso de China y, por otro lado, una de las crisis financieras y económicas más delicadas detonadas en Estados Unidos?

Desde la Segunda Guerra Mundial no se observaba cómo en un lapso relativamente corto, China, la economía más poblada, con casi 1.3 miles de millones, logró sacar de la pobreza extrema al mayor número absoluto de personas, superior a la suma de todos los pobres en América Latina y a los de la mitad de África. Lo logró porque en un lapso de 20 años la economía China creció más de 10 veces, desbancando a Japón como la segunda economía más grande del mundo. Es un caso único, difícil de reproducir por la compleja mezcla de sus peculiaridades políticas, factores culturales y sociales, que amerita nuestro estudio para aprender cómo generar desarrollo y prosperidad.

La rectoría del Estado introdujo reformas para crear mercados que dieron espacio a los particulares para desarrollar industrias e incursionar en el intercambio global de bienes y servicios. El crecimiento económico vigoroso y sostenido de China, con las tasas de incremento en el ingreso per cápita más espectaculares que hayamos visto recientemente, sólo puede explicarse por haber incorporado al sector privado y a la inversión extranjera; por la innovación y al desarrollo tecnológico; su entrada a la Organización Mundial del Comercio, y asegurar un suministro confiable, oportuno y competitivo a fuentes de energía.

Otro factor incuestionable ha sido la capacidad de gobernanza para crear instituciones y organizar a la población más grande de la Tierra basada en la selección de personas disciplinadas y preparadas con un afán de formar parte de equipos con la mentalidad para entregar de manera eficiente y eficaz resultados palpables en el bienestar de la gente. Ahora China ha alcanzado el rango para desempeñar un papel más constructivo y decisivo en la solución de los problemas globales, y a jugar con más inteligencia y transparencia en el comercio internacional. Esto último urge para devolverle al intercambio de bienes y servicios el papel de motor que ha dejado de tener desde la Gran Recesión. En el tercer milenio Asia resurge frente a Occidente.

Deseo a quienes me leen y a quienes colaboran en EL UNIVERSAL lo mejor para este 2020.

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