No se trata de un balance, si acaso de un esbozo de las líneas fundamentales que modelan la política del nuevo gobierno (habría que desarrollarlas). Además, quedan fuera asuntos esenciales: cultura, seguridad, relaciones internacionales, campo, medios de comunicación y súmele usted.

1. Los usos y costumbres de la Presidencia han sido modificados. La ex residencia oficial hoy es un lugar de paseo, los viajes del presidente se realizan en vuelos comerciales, el Estado Mayor ha sido disuelto, las conferencias de prensa se realizan cada mañana. El mensaje: “soy uno de ustedes”. La abismal distancia entre gobernantes y gobernados se intenta reducir con elocuentes gestos simbólicos.

2. El sector público —sus instituciones, funcionarios y trabajadores— parece que no es visto como un activo, más bien se les trata como si fueran un lastre. Recortes de personal, baja de salarios a los mandos superiores, cancelación de prestaciones pueden tener un impacto negativo en el cumplimiento de las funciones que tienen asignadas (¿el desabasto de gasolina es un ejemplo?) o/y quizá lo que se busca es reconfigurar ese espacio con una base de lealtades propia. Cierto que había y hay gastos suntuarios, pero los cortes no se han realizado luego de una evaluación (por lo menos conocida) y parecen más bien fruto de prejuicios.

3. El nuevo gobierno o no comprende o comprende, pero no le gusta convivir con los órganos autónomos que diseña la Constitución. La decisión del Tribunal Electoral en el caso Puebla fue “desconocida” por el presidente, como si él tuviera facultades para intervenir en el asunto. En el Presupuesto todas las instituciones autónomas sufrieron mermas. Preocupa porque en los Estados democráticos modernos los contrapesos son resultado de una aspiración: que el “poder” se encuentre repartido, vigilado y equilibrado.

4. La materia fiscal resulta desconcertante. El gobierno ha renunciado, por lo menos durante los primeros tres años, a realizar una reforma fiscal progresiva, es decir, que tenga un impacto redistributivo. No obstante, se aprueba una disminución de impuestos en la frontera norte que, como se sabe, no es de las zonas más rezagadas del país, por el contrario.

5. La política de infraestructura parece diseñada por caprichos. Se suspende el aeropuerto de Texcoco (solo algún hipnotizado podrá atribuirlo a la mal llamada consulta), pero se echa a andar el “Tren Maya” sin que se conozcan las evaluaciones y los proyectos específicos.

6. Lo fuerte, al parecer, serán los programas sociales. Transferencias monetarias mensuales a los adultos mayores, estudiantes y jóvenes capacitados en empresas. Se dice que el dinero que se ahorrará con los recortes servirá para robustecer esos programas. Los beneficiarios y sus familias recibirán un apoyo relevante. Sin embargo, la forma en que se empezaron a levantar ciertos padrones (antes de que el gobierno lo fuera) y la inexistencia de lineamientos para su ejecución hacen temer que se trate de una gran operación clientelar, no una fórmula para expandir derechos y construir ciudadanía.

7. El incremento al salario mínimo es un importante paso en la dirección correcta. No solo se revierte una funesta tendencia, sino que, ojalá, se empiecen a recuperar las percepciones fruto del trabajo. No es deseable que un trabajador que labora jornada completa no reciba un salario suficiente para atender las necesidades primarias de él y su familia.

8. En materia educativa se optó por tirar al niño y el agua sucia. Si bien se hubiese podido reformular la carrera docente, no existe argumento válido alguno para que se tenga que sacrificar la evaluación de todos los actores y dependencias que integran el mundo educativo.

Un problema adicional es que existe escasa disposición por parte del gobierno para construir o reconocer circuitos auténticos de debate y eventual concertación con otros actores políticos y sociales. Más bien se alimenta la primitiva noción de que “quien no está conmigo está contra mí”.

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