En estas fechas Correos de Mexicanos reciben las cartas de los niños pidiendo un juguete a Santa Claus y a los Reyes Magos.

Son miles de misivas, de todos los colores y tamaños, cuyo remitente es el cielo o el reino inhóspito y congelado de Happy Feet.

Causa ternura que una tradición tan inocente sobreviva y que los niños todavía crean que esa carta llegará a algún lado del firmamento y que regresará con un regalo.

Pero causa desconcierto también descubrir que una noble y alguna vez importante institución nacional, como lo fue Correos de México, terminó siendo una simple filial de Santa Claus.

Que el cartero, con su bicicleta y pito en la boca, sea ahora un duende al servicio de los Tres Reyes Magos, debería ser motivo de reflexión.

Debería preocupar que el sistema de corres sea, actualmente, obsoleto por falta de uso.

Hemos dejado en manos de privados, en las redes sociales, un derecho que todo país debe salvaguardar: enviar y recibir mensajes.

Hemos embargado con desconocidos el derecho a la secrecía y la intimidad y no nos hemos detenido a dimensionar la gravedad de los hechos.

Antes, por lo menos, si una carta no llegaba, uno podía reclamar en la ventanilla de Corros de México, y aunque no era garantía de que su paquete aparecieran, sí guardaba la esperanza de recibir por lo menos un “disculpe usted”.

Es una hecho que los correos en Internet no siempre llegan a quien deben de llegar, que existen millones de mensajes, algunos importantes y la mayoría inofensivos, que nadie sabe a donde han ido a parar.

Ninguna de esas compañías omnipresentes, llámese Google, Facebook, Instagram, Hotmail o Twitter, se hace responsable directo de su correspondencia desaparecida.

El otro problema es que nadie tiene la certeza de que sus mensajes no sea leídos por extraños, sea personas o empresas. El derecho a la intimidad está protegida por ley y es penalizado a quien es sorprendido violando el correo, en México y en el mundo.

Hasta la fecha ningún operador de redes sociales ha sido consignado por leer o manipular los mensajes de un tercero y nadie tiene duda de que eso sucede.

El monopolio de correos cibernéticos ofrece el servicio, pero no la solución en caso de desastre, si es que algún día la famosa “Nube” resulte no ser infalible y eterna, como dicen que es.

Tómese en cuenta, ilustre lector, que lo único infalible en la vida es la muerte y que lo demás es completamente relativo.

A final del día Internet ni es tan libre ni tan imparcial, y como todo negocio tiene sus propios intereses y prioridades.

Se equivocan quienes hablan de la Web como el nuevo paraíso en la tierra. La profecía de George Orwell anunciada en su novela 1984 se ha cumplido y lo festejamos como el acto más benévolo en la historia de la humanidad.

Por fortuna, hasta la fecha, no conozco infante que prefiera enviar su carta a los Reyes Magos por Internet. Todavía existe desconfianza sobre las habilidades tecnológicas de esos seres fantásticos y nadie se los imagina con un iPad en las manos, recibiendo twitters de los niños.

En estas fechas y para efectos prácticos, Correos Mexicanos instaló talleres para ilustrar a los chiquitines a escribir su carta. Los adiestran sobre una práctica que ya desapareció, la de escribir a mano.

Sucede que pasamos tanto tiempo pegándole a un teclado, frente a una pantalla de computadora, que hemos perdido la habilidad de escribir con letra de molde y de corrido, que nos hemos convertido en primates que sólo saben utilizar los pulgares para expresarse en forma escrita.

La pregunta, pasada las festividades, es: ¿A dónde irán a parar tantas cartas escritas por los niños?

Esa es, posiblemente, una pregunta que debe ir en el mismo apartado de los misterios nacionales sin resolver.

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