En los últimos días la polarización en el país se ha intensificado. Las posturas antagónicas entre defensores de la 4T y sus detractores se han endurecido.

Ya desde 2006, el país había mostrado una división importante en el espectro político. La segmentación entre los pregoneros de la izquierda y los emuladores de la derecha había sentado las bases de una dicotomía que fue alcanzando mayores dimensiones. El triunfo del PRI en 2012, vino a oxigenar la situación y equilibrar el encono; sin embargo, ahora con la postura del gobierno federal, el surgimiento del “BOA” y el pronunciamiento de los gobernadores de acción nacional, los tambores de la confrontación se han agudizado.

La diferencia entre izquierda y derecha es un tema que ha prevalecido en el mundo; sin embargo, los especialistas como Norberto Bobbio y Giovanni Sartori, han considerado que la separación entre ambos extremos es cada vez más estrecha.

Los paralelismos se han diseminado y la política se diluye en un entorno más genérico. Las divisiones entre capitalismo y socialismo, individualismo y estatismo, centralismo y federalismo, ya no son absolutas. La realidad es que el ritmo de la gobernabilidad ya no responde a ideologías, sino a otros factores más terrenales como: la opinión pública, las necesidades sociales o el entorno económico.

En el caso de México, la primer gran división se presentó en el siglo XIX, con las posturas antagónicas entre conservadores y liberales. Después, México se dividió entre individualismo y estatismo, prevaleciendo el segundo modelo hasta 1982, con la llegada del neoliberalismo y ahora, treinta años después, Andrés Manuel pregona una nueva transformación que, a un año y medio de gobierno, no deja clara su postura.

El presidente se identifica con los ideales juaristas, propios del liberalismo del siglo XIX, pero tiende al centralismo. Se dice liberal, pero no comulga con el libre mercado o la apertura comercial sino, por el contrario, defiende el estatismo y la intervención del gobierno. Asimismo, dice estar a favor del estado benefactor, pero elimina los programas sociales.

En fin, definir la posición de AMLO y su gobierno entre los sectores de la derecha o izquierda es una labor, cuando menos, infructuosa. La realidad es que ante la ambivalencia de su postura, ha decidido dar pie a una dicotomía más extremista, una división que ha definido como “liberales y conservadores”, pero que en el fondo se traduce en quienes están de su lado y quienes están en su contra.

Ello ha traído una división de fondo entre las y los mexicanos que, conforme pasan los días, se va agudizando. La creación de etiquetas sociales (fifis vs. chairos) y la separación entre sectores, solo ha impulsado el encono y la desigualdad.

Frente a esto, es indispensable recordar que los políticos estamos obligados a buscar posiciones intermedias, con visión de centro; evitando caer en extremos y, sobre todo, en fanatismos, más en momentos tan difíciles como esta pandemia.

En un país tan plural y diverso como lo es México, este tipo de extremos son insostenibles, pues las políticas públicas no pueden delinearse a partir de posturas de personales o de grupo, sino que deben responder a los ideales marcados por la Constitución y los principios nacionales: democracia, federalismo, libertad, igualdad, división de poderes, entre otros.

Por ello, debemos optar por la unidad, el respeto y la congruencia, guiarnos por la razón y, sobre todo, con ideales bien definidos, aceptar la crítica y las divergencias y no basarnos en posiciones individuales o de grupo; características que, a mi parecer, en este momento solo una fuerza política puede reunir…el PRI.

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