¿Dónde anda ISIS estos días? ¿Desapareció? ¿Y qué ha sido de Al Qaeda? ¿Todavía existe? Quizás para cualquier persona conectada con noticias en Occidente esas preguntas tienen sentido porque “ya no se ha oído mucho” de esas organizaciones. Esa afirmación no es falsa. “No se ha oído mucho” quiere decir, en términos simples, que, si las grandes ciudades europeas o estadounidenses no son blancos de ataques terroristas, entonces los atentados que sí suceden, normalmente no son cubiertos o acaso reciben espacios menores en noticieros. Más aún, si nos basamos en las grandes tendencias reflejadas por gráficas y cifras, podríamos decir que el mundo vive tiempos considerablemente pacíficos, cuando los comparamos con décadas y siglos previos. Sin embargo, esa información (que es real) puede ser gravemente malinterpretada si se asume que el promedio de lo que ocurre en el globo retrata el todo. Porque, así como existe una desigual distribución de la riqueza y la pobreza, de la educación, la salud o la tecnolog ía, nuestro planeta padece una muy desigual distribución de la paz, la violencia y sus manifestaciones como el terrorismo.

Pensemos en ISIS, por ejemplo. Solo en entre junio y julio se contabilizan 57 atentados perpetrados por esta organización, la mayor parte en Siria, Irak y Afganistán, justamente en esos sitios en donde más ferozmente ha sido combatida, aunque también estamos viendo su actividad expandirse en muchos otros países. De su lado, Al Shabab, la filial somalí de Al Qaeda, cometió un atentado que causó 26 muertes hace pocos días. A inicios de julio, los talibanes cometieron otro atentado que causó 40 muertes en Kabul. El 28 de junio, la filial siria de Al Qaeda cometió un ataque que causó 51 muertes. Para las personas que sufren esa clase de violencia, las gráficas y los datos que hablan de los tiempos de paz que vive el mundo, son irrelevantes.

También lo son para países como el nuestro, sin irnos tan lejos, con los niveles de violencia que estamos viviendo. Este tipo de situaciones ocasiona, entre otras muchas cosas, que millones de personas tengan que emigrar de sus hogares huyendo de esa violencia. Lo mismo en Siria que en Honduras, Lo mismo en Afganistán que en Sudán o Guatemala.

Esta desigualdad de circunstancias de paz, entonces, no solo se manifiesta a través de la migración y el refugio, sino a través de una brecha en las conciencias: lo que no vivimos o lo que no nos cuentan nuestros medios o nuestras redes, no existe. Y cuando los 57 atentados de junio y julio desaparecen de nuestro radar o cuando, tras estudiar las grandes tendencias o las gráficas, algunos concluyen que el planeta nunca había experimentado el bienestar y la paz como hoy, es justo el punto en el en que corremos el riesgo de perder la empatía.

Mirar otro lado de la moneda, en cambio, implica el trago amargo de entender (1) que todos somos parte de un mismo sistema. (2) que la desigual distribución de la violencia y el terrorismo es justamente una parte de la enfermedad de ese sistema. (3) que las disrupciones violentas también encuentran frecuentemente canales de salida a través de países considerados tradicionalmente pacíficos. (4) que la falta de interés sobre esa desigual distribución de la violencia no hace otra cosa que contribuir a perpetuarla. (5) que encontrar soluciones integrales y de raíz para resolver los conflictos armados, disminuir el terrorismo o combatir a las redes criminales, operen donde operen, son responsabilidades que compartimos todas las partes de ese sistema descompuesto.

Analista internacional. @maurimm
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