Con el sexto informe de gobierno de José Calzada, se cierra el último tramo de su sexenio al frente del gobierno del estado de Querétaro. Ahora sólo restan dos meses y días para que suceda el cambio de administración, y en medio habrá, como él lo dijo, días largos, muy largos para los equipos de transición; los que se van y entregan lo hacen todavía incrédulos, pero sobre todo nerviosos porque hay muchas cuentas que tendrán que explicar, justificar y en algunos casos hasta defender en los tribunales, pues no todo es éxito ni cuentas alegres, a pesar de que en el último acto del culto a la personalidad se hayan esforzado por hacer un resumen de los logros del sexenio calzadista, que como siempre estuvo lleno de imágenes y mercadotecnia, mucha forma pero poco fondo, pues los dos videos que antecedieron su corto mensaje ocuparon la mayor parte del tiempo que duró el acto político, que por prudencia política ya no debió haberse celebrado.

Y es que en dicho acto ciudadano, como falazmente lo llaman desde hace tres sexenios, no escuchamos un informe del estado que guarda la administración pública estatal como lo exige la norma constitucional, sino solamente el lamento y la agonía de dejar el poder, la nostalgia de los días que se fueron y de los resultados electorales que nunca llegaron. De por sí, estos actos faraónicos instaurados por los gobiernos panistas están fuera de la normatividad, en mucho indignan a la población y trastocan las formas republicanas; son puras demostraciones de la megalomanía que hace presa de los gobernantes cuando caen en la tentación de rendirse culto a sí mismos, con la complicidad de los medios de comunicación y la sumisión del silencio del poder legislativo.

Los políticos dedican su vida a ocupar posiciones de poder en el ejercicio de la política, se vive con emotiva intensidad la lucha electoral, y sobre todo, en posiciones de primer nivel se vuelve una costumbre gozar las canonjías que representa el ejercicio del cargo, de hacer negocios, de sentirse admirados, adulados y rodeados de su corte. Ya lo describía así Maquiavelo desde 1531 cuando hizo la primera radiografía de la sociología del poder público en su texto de El Príncipe. Es lo natural de quienes viven de y para la política. Algunos se preparan para ello y en muchos casos estudian, otros llegan de rebote o por suerte. Los primeros son los políticos profesionales —los que ya casi no existen y que eran los hombres de Estado (con mayúscula)—, los segundos son los oportunistas y arribistas, los que andan en busca de un trabajo o una chamba que los saque de pobres, y vaya que en el sexenio calzadista, como en los de sus antecesores panistas, hay varios ejemplos de estos últimos, que tras llegar con una mano atrás y otra adelante, se van llenos de propiedades, concesiones, viajes y lujos de vida inexplicables. Sin duda, también hay mujeres y hombres que entregan buenos resultados, sin embargo, esa era su responsabilidad y no podíamos esperar menos de ellos, en el ejercicio del poder público no hay espacio para premios ni condecoraciones, pues la labor del servicio público exige resultados.

El sexenio que termina tiene en su figura central el atributo y las habilidades del carisma, así lo demostró hace seis años en las urnas. Apoyado con la magia de la mercadotecnia tuvo suficiente fuerza para arrasar en las encuestas y estudios de opinión durante su mandato; sin embargo, al final no fue suficiente, pues el egoísmo de su capital político y la incapacidad y voracidad de la mayoría del capital humano que lo acompañó, arrastraron al PRI y a sus candidatos en dos ocasiones consecutivas a la derrota.

Ahora lo interesante es analizar su salida, la conclusión del ciclo de poder ahora que está a 63 días de concluir la gubernatura, con un futuro político incierto que tal vez, por el momento, lo haga llegar a la banca, a esperar para lo que viene, que sin duda no será lo que se anhelaba, pues un gobernador que no gana la elección de su estado, parece ser un gobernador que por mejores calificaciones que tenga, no tiene espacio en el equipo del actual presidente de la República, ni del posible candidato al 2018.

Es ahora cuando asalta la nostalgia y la agonía del poder, cuando cada día eres menos gobernante porque el tiempo no se detiene. Horas cortas y decisiones acotadas. Los políticos se preparan para ser, pero no para dejar de ser los titulares del poder. Otro ocupará su lugar, empezarán las críticas de los que lo adularon hasta la ignominia, el alejamiento de quienes benefició y que buscan ahora al sucesor para sobrevivir. La nostalgia del poder en las horas de agonía puede llevarlos a cometer errores, a mostrarse intolerantes, a perder el prestigio y el estilo, a buscar cortar cabezas o aprovechar las últimas decisiones. En estos momentos la prudencia y la cabeza fría son las mejores armas para terminar y entregar, pues todo dura hasta que se acaba, el poder incluido.

Abogado y profesor de la Facultad de Derecho en la UAQ.

Google News