Por fortuna, cuento con muchos amigos de mi generación, personas que disfrutamos nuestra juventud sin mayores restricciones ni conocimiento alrededor de la cultura de la separación, reuso, o reciclado de materiales. Entendíamos en nuestra recortada, joven e irresponsable visión y entendimiento de las cosas, que todo lo que consumíamos, incluyendo sus empaques provenía de algún lugar, pocos quizá éramos los que eventualmente reflexionábamos sobre lo que sucedía (los recursos naturales y procesos industriales, entre otros) para producir lo que teníamos en nuestra mesa, lo que vestíamos o lo que utilizábamos con esa excipiente tecnología electrónica de consumo que aparecía y nos permitía vislumbrar un futuro altamente tecnificado. Qué poco sabíamos entonces.

A pesar de aquella aparente y quiero suponer inconsciente ignorancia de nuestra juventud, las iniciativas orquestadas, desde el inicio de la década de los 70  por la ONU  alrededor de la generación de conciencia y el lanzamiento de programas que alertaran al mundo sobre el gran riesgo de seguir contaminando al planeta por el crecimiento exponencial de la producción de gases de efecto invernadero, ya eran una realidad. Hoy, cinco décadas después, las iniciativas siguen igualmente alertando, pero el tiempo y las circunstancias del planeta y sus especies demandan una urgencia aún más apremiante para producir de manera diferente, para transportarnos de forma menos contaminante, para generar energía sin dañar los recursos naturales, para consumir, en una sociedad infinitamente más consumista, de una forma infinitamente -también- menos nociva para el planeta. La incorporación de combustibles sustentables (derivados de especies vegetales endémicas de las regiones), la utilización de la energía solar, eólica y aquella proveniente del mar, son solo unas opciones para desdeñar ¡Ya! combustibles o fuentes fósiles de energía. La producción de bienes de consumo (transporte, electrónicos, y alimentos) con un enfoque del ciclo de vida completo de producto han dado paso a la conceptualización de la economía circular, la cual nos empuja -ya no debemos decir que nos invita, estamos en modo emergencia ambiental mundial- a intervenir nuestra vida con un estilo que produzca bienes -a quienes corresponda- sin contaminar tanto (energía y materia prima principalmente) tomando en cuenta un ciclo de vida del producto más extendido y reutilizable al máximo, de tal forma que cuando la “vida útil” del bien concluya, puedan reusarse o extenderse la operatividad del bien, a partir de la utilización de sus materiales o del bien completo con fines alternos o extendidos, alargando el ciclo de vida hacia horizontes que extiendan igualmente el ciclo de fabricación del mismo bien, reduciendo así la necesidad de utilización de materias primas. Al final del día de lo que se trata es de olvidar esa lógica consumista “úsese y tírese” para sustituirla por “úsese, reúsese, y reutilícese hasta que lo que sobre o quede útil pueda tener una posterior utilización o se reintegre adecuadamente al medio ambiente”. Parece complejo, pero es sencillo en realidad.

Hablar de economía circular en el día del medio ambiente es en realidad solo destapar momentáneamente una caja de Pandora que debería estar más que abierta en nuestras vidas, para migrar a un estilo de consumo más empático con el medio ambiente. Yo creo que esta es la mejor forma de celebrar el  Día Mundial del Medio Ambiente, sumándonos y actuando ya en nuestro día a día.

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