Los fans del beis y la conquista. A lo largo del beisbolero fin de semana y en los primeros días de la (atávica) semana en curso, el presidente López Obrador pudo recordar una advertencia en tono profético de Pedro ‘el Mago’ Septién, repetida ante cada pifia de fildeo: “después del error viene el hit”. Su euforia era incontenible cuando la sentencia se cumplía, como ocurrió el sábado con los dos errores cometidos por el presidente, seguidos de otros tantos batazos de hit. Primero, al acudir —para colmo con un mensaje proselitista— a un estadio lleno de devotos de la pelota caliente, ávidos de ver acción desde el primer momento de la cita, error seguido del toletazo de hit que fue el rechazo del respetable. Y segundo, al echarles la bronca a los emisores de abucheos y chiflidos, error respondido con la elevación de la intensidad del rechazo: otro batacazo, de cuatro esquinas.

El episodio dominó la agenda de las conversaciones públicas y opacó un glamoroso juego de exhibición de la víspera: el de dudosos pero resonantes intercambios de gestos de amor y comprensión (bien recibidos en el mundo de los negocios) entre el presidente y los banqueros. Pero luego llegó el lunes y el mandatario pareció sacarse de la manga —aunque luego se ha establecido que forma parte de su programa ideológico— el tema de la demanda de perdones y disculpas por parte de España y el Vaticano, por las atrocidades de la conquista, en su quinto centenario. El problema es que el contenido de las cartas presidenciales al rey español y al Papa católico fueron marcadas inmediata y estentóreamente como un nuevo error, lo mismo por la mayor parte de los analistas de los medios y otras voces públicas, que por un tsunami de argumentos, burlas, memes, regaños e insultos en las redes digitales.

Un dolido tuitero oficialista quiso contraatacar descalificando a los críticos, pero le salió un reconocimiento inequívoco al tamaño del rechazo: “No sabía que Felipe VI tuviera tantos súbditos en México”. El hecho es que a este error presidencial también siguió un tronante hit conectado por el gobierno español, que —como repitieron varios comentaristas—“bateó lejos”, al primer lanzamiento, la pretensión del presidente mexicano.

En el beisbol no hay nada escrito. Volviendo al sábado, quizás el presidente pasó por alto esta otra sentencia del Mago que hoy siguen repitiendo los cronistas del rey de los deportes. De allí su desconcierto ante un abucheo insospechado. Sin embargo, la frase resulta contradictoria con un abultado catálogo de oraciones prescriptivas, como las del título de este texto y de este apartado. Están escritas en manuales, memorias, biografías y crónicas del mundo del ‘diamante’. Y no hay razones para dudar de su interiorización en la mente presidencial.

Y es que, para los imbuidos desde la primera infancia en este universo, el beisbol es más que una metáfora de la vida: se funde, a lo largo de la vida, con la vida misma. “Así es esto del beisbol”, se le oye decir, fatalista, al fan que le pasa algo inesperado. El beis se adentra también en la política y el mismo AMLO —el más poderoso presidente en décadas— amenazó el sábado con “ponchar” con sus curvas y bolas rápidas a la “mafia del poder”, como equivalente de poner fuera del juego a sus adversarios, incluyendo a los “fifís”, cono llamó a quienes lo abucheaban en el estadio.

De fauls, respingos y colapsos. Seguro AMLO tiene presente también que a un gran faul le sigue un gran ponche y que pícher que entra ponchando sale respingando: enojado, entre relinchos, fuera de control. Pero el estilo de acusaciones, amenazas y anuncios mañaneros sorpresivos, acerca más este gobierno a la definición de un pícher que pasó por las grandes ligas en la década de 1960, y a quien quizás registró el niño y el adolescente Andrés Manuel en Macuspana: Earl Wilson. Él sentenció que el “beisbol es simplemente un colapso nervioso, dividido en (determinadas) entradas”… a menos que se piense en extra innings.

Profesor Derecho de la Información UNAM

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