El 9 de marzo fue un día histórico para México. Calles y plazas vacías, comercios cerrados, servicios a medio gas. La gran mayoría de las mujeres mexicanas se quedaron en casa, se sustrajeron del mundo, para entonar en una sola voz un grito estruendoso de alarma y, también, de enorme esperanza. Y digo esperanza, porque lo ocurrido el 9 de marzo da fe de que en México hay una potente luz de igualdad, justicia y paz. Esa luz son las mujeres.

El profundo machismo que existe en México ha sido una de las principales causas de los problemas estructurales que arrastra el país. El machismo genera violencia, desigualdad, pobreza. También degrada nuestros ecosistemas y corroe el tejido social. Por ello, la lucha contra el machismo —contra la desigualdad, contra la violencia y contra todas las formas de represión de las mujeres— es la prioridad número uno en México, por mucho que el presidente Andrés Manuel López Obrador lo insista en ignorar.

Bajo esta premisa, es fundamental que el 9 de marzo no quede en el olvido. Es esencial que no se restrinja a ser un titular más en los medios de comunicación —ahora centrados en el brote de coronavirus—, sino que se convierta en el punto de partida de una revolución en México. Ese es el reto del movimiento: una vez terminado el paro, ¿cómo convertirlo en una ruta crítica que transforme la vida de las mexicanas, que hoy sufren injusticias, padecen discriminaciones, y mueren a manos de la violencia absurda?

Tal vez sea importante recordar que Islandia vivió una experiencia similar hace algunas décadas. El 24 de octubre de 1975, las islandesas —cansadas de sufrir injusticias y vivir en una sociedad desigual— convocaron a un paro nacional para hacer sentir su fuerza. Fue conocido como “El Día Libre de las Mujeres”. El 90% de las islandesas se sumaron al paro: no fueron a trabajar, no hicieron ninguna labor en su hogar y con determinación marcharon por sus derechos. Fue el primer paro de ese tipo en la historia del mundo y fue la razón por la que 1975 fue declarado el Año de las Mujeres por Naciones Unidas.

Tan solo cinco años después, en noviembre de 1980, los islandeses eligieron a Vigdis Finnbogadottir como presidenta; la primera mujer elegida presidenta en Europa y la primera en el mundo elegida democráticamente como jefa de Estado. Vigdis ocupó el cargo durante 16 años, los cuales sirvieron para hacer de Islandia el país donde hay más igualdad entre mujeres y hombres del mundo —de acuerdo al Índice Global de la Brecha de Género del Foro Económico Mundial—. Y todo empezó con un movimiento social y pacífico como el que vivimos en México el reciente 9 de marzo.

Además de ser el camino para elegir democráticamente a la primera mujer presidenta en la historia, las protestas de 1975 se transformaron en un futuro mejor para las mujeres islandesas —y por supuesto para toda Islandia— de la única forma que es posible convertir algo coyuntural en estructural: por medio de políticas públicas inteligentes. Esta es una gran lección para México. El machismo no se destruye con discursos y buenas intenciones, ni mucho menos con violencia;  el machismo se destruye con cambios sociales profundos, impulsados por una sociedad civil activa, una academia reflexiva y un gobierno que entiende las prioridades.

Así, en Islandia, 82.6% de las mujeres en edad laboral trabajan, 70% de los graduados universitarios son mujeres, ellas ocupan 40% de los escaños parlamentarios y 50% de las posiciones ministeriales. Al mismo tiempo, Islandia tiene una de las tasas de fertilidad más altas de Europa. ¿Cómo? Gracias a que el Estado apoya verdaderamente a las mujeres. Por ejemplo: las parejas tienen nueve meses de licencia luego del nacimiento de un hijo —tanto el padre como la madre—, y pueden tomar más licencia si así lo consideran. De esta forma, las empresas no sólo ven a las mujeres como un riesgo por sus licencias por maternidad, también los hombres son un riesgo: así se genera verdadera igualdad.

Para eliminar el machismo y lograr la igualdad, México tiene un larguísimo camino enfrente. El 9 de marzo debe ser un punto de inflexión. No podemos permitir que ese día caiga en el olvido, que la voz del machismo siga siendo la que gobierne México —de acuerdo a Consulta Mitofsky 54% de los hombres estuvieron en desacuerdo con el paro del 9 de marzo—. No podemos permitir que las mujeres tengan un salario menor por el mismo trabajo; que las madres no tengan ningún apoyo en su heroica lucha por criar buenos hijos y al mismo tiempo cambiar el mundo. No podemos permitir, bajo ningún concepto, que el basurero se llene con cuerpos de niñas destinadas a ser nuestra luz, nuestro futuro, nuestro único camino de esperanza.

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