La memoria de la conciencia crítica crea lo mejor de la historia y de la cultura, pienso. Sin el olvido de los hechos no se puede vivir. El peso de la vida es muy pesado. Es preciso tirar lastre, olvidar, poner entre paréntesis. Nadie sale vivo del peso de la vida.

Confusamente me recuerdo con un grupo de tres o cuatro amigos boteando en los camiones, los mercados, las plazas públicas, pegando en las noches propaganda estudiantil en los postes y las paredes o introduciendo información mimeografiada por debajo de las puertas de las casas. El dinero de los botes lo juntaba la mamá de uno del grupo y lo hacía llegar al comité de huelga de la Prepa 6. No sé cuánto juntábamos, sí recuerdo la expectación grave de la gente y nuestro nerviosismo en los mítines relámpago, como decíamos. Y sobre todo recuerdo el rostro puro, sereno, hermoso de Malva.

Yo boteaba, no hablaba, era malo para hablar. Seguía y cuidaba a Malva o Malva me cuidaba y me seguía. Era el despertar de muchas cosas.

Sólo diré que me daba pena comprar condones y le pedía a un amigo que lo hiciera por mí. Un paquetito de tres, como monedas grandes de chocolate envueltas en papel aluminio dorado. 3.50 ó 4 pesos costaban.

Pero yo también me estrené con una prostituta en el centro y fue horrible. Sólo recuerdo su mal aliento y mi pito que ya no quería más.

La memoria es prodigiosa y redondea las cosas; vas a ellas y las encuentras todas picudas, descuadradas, mugrosas.

***
Cabeza en llamas 68

Los meses de huelga y sin clases los pasé asistiendo a los debates en Ciudad Universitaria, sobre todo en la Escuela de Economía, en Ciencias y en Derecho. Allí escuché hablar y debatir a varios de los líderes del Consejo Nacional de Huelga (CNH). Vi a varios oradores cuyo nombre he olvidado o nunca supe; pero recuerdo a Pablo Gómez, al Búho, al Pino, a Cabeza de Vaca, a la Tita, a Marcelino Perelló. Salía del mercado a las 3 de la tarde, me iba a casa a bañar y a comer y luego a CU. Esos debates incendiarios fueron mi primera experiencia política. Todos hablaban muy bien y uno refutaba al otro, y para mí todos tenían razón. En realidad apenas medio comprendía lo que se discutía. Salía del auditorio impresionado 
y con la cabeza en llamas. En Economía compré el Diario del Che Guevara en Bolivia. Más tarde compré su Obra revolucionaria, un grueso volumen editado por Era, todo un ícono.

Me veo festivo con otros chavos saltando, corriendo, gritando ¡Prensa vendida! ¡Prensa vendida! y mentándole la madre al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz en la manifestación del 27 de agosto y luego mudo y con los ojos que no me alcanzaban para ver todo lo que veía en la marcha silenciosa del 13 de septiembre, prendiendo cerillos y encendedores en el Zócalo. No había celulares, eran impensables entonces.

El famoso pliego petitorio: 1- Libertad a presos políticos. 2- Desaparición del delito de disolución social del Código Penal Federal: artículos 145 y 145 bis. 3- Desaparición del Cuerpo de Granaderos. 4- Destitución de los jefes policiacos. 5- Indemnización a las familias de heridos y vejados. 6- Fincar responsabilidades a los funcionarios públicos.

En realidad todo se sintetizaba en dos cosas: No al autoritarismo represivo del gobierno y la exigencia de diálogo público con las  autoridades.

De ahí la ocurrencia de un líder del CNH, Sócrates Lemus, de permanecer en el Zócalo tras la marcha del 27 de agosto, hasta el primero de septiembre para interpelar 
y exigir el diálogo al presidente Gustavo Díaz Ordaz. Por supuesto yo me fui a casa como a las 11 de la noche. Al otro día leí la noticia que habían sido desalojados con tanquetas y a manguerazos de agua.

Apenas recuerdo la concurrida fiesta del grito del 15 de septiembre en Ciudad Universitaria, a un lado de Filosofía y Letras, y cuyo grito lo dio (si mal no recuerdo) un maltrecho (herido, vendado) Heberto Castillo, quien junto con otros líderes ya vivían escondidos porque eran buscados. Una verbena política. Días después, el Ejército tomó Ciudad Universitaria. Ese día yo andaba por ahí. Alguien me dijo que la cosa estaba del carajo y que era mejor largarse. Desolación en el campus. Al otro día leí la noticia.

Siguieron días grises, confusos, sin puntos colectivos de reunión. Las bases perdieron contacto con la dirigencia del movimiento, que andaba a salto de mata. La información de la prensa no era confiable. No había redes de luz.

¿Del manifestante festivo o incendiario al temeroso o indolente?

Julio Figueroa es poeta y escritor

Google News