Ha sido evidente en los últimos días que existe una disgregación entre el Presidente y la administración pública federal. Vemos en un evento de fin de semana a un “candidato” haciendo arengas en contra de personas e instituciones, no vemos al presidente de la República, por eso hay tantas dificultades: porque no hay gobierno.

Lo que vemos en sus conferencias de prensa, es a un presidente que manda, no gobierna, esto explica por qué la opinión pública, en las encuestas, percibe que no va bien el gobierno de López Obrador en todos los ámbitos: economía, seguridad, salud, etcétera.

La calificadora Fitch señaló que los temas de gobernanza son un problema no solo de México, sino que se extiende en toda América Latina, pero en nuestro país, el Estado de Derecho es un asunto pendiente y también se enlistan la corrupción y déficit de transparencia.

Cuando hay gobierno y gobernanza, se resuelven los problemas más complejos con menos recursos y con capacidad operativa limitada, para que las instituciones públicas sean más eficientes y transparentes, para que la administración pública responda de forma más rápida y eficiente con mayor participación pública.

La gobernanza incluye tres actividades esenciales: la actividad de definir y decidir los valores y los fines (estructurales y coyunturales) de la vida de la sociedad; la actividad de definir y decidir los medios conducentes (organización, acciones, normas, recursos) para realizar los valores y alcanzar los fines; y la tercera actividad es la de coordinar las múltiples acciones que, en el marco de los valores y fines acordados, deciden llevar a cabo los actores con el propósito de lograr los objetivos generales. Es entonces cuando la conducción y coordinación con la sociedad, tanto en los asuntos de interés general o en específicos asuntos se da un buen gobierno.

Como se aprecia, el presidente se equivoca. Se equivoca cuando utiliza el poder que le ha sido conferido temporalmente en contra de quienes piensan u opinan diferente, cuando desvirtúa a la prensa e inventa una realidad acorde a su propia versión de los hechos. Una versión, la mayoría de las veces, absurda.

Es un presidente con esencia “opositora”, desprecia a sus adversarios y minimiza sus opiniones, mientras que sus seguidores actúan, en redes sociales; y emiten proclamas como si estuvieran en campaña.

El senador Mitt Romney dice: “el Presidente se equivoca y —a veces— el pueblo también”. Lo expresó hace unos días en su voto particular, asentando la voz de una razón dispuesta a opinar más allá de lo políticamente correcto —y lo políticamente aceptado con un planteamiento capaz de asentar los asuntos importantes en blanco y negro. Hay cosas que son correctas, con independencia de los índices de aprobación presidencial; hay otras, sin embargo, que no lo son.

Continúa manifestando: “Hay poder dictatorial y casi absoluto, cuando no se utiliza para construir un futuro mejor, sino para enterrar a los adversarios del pasado personal; un poder de manipulación, en redes sociales, capaz de aplastar a la disidencia”.

Puede ser que exista la legitimidad del cargo de Presidente y la legalidad de su actuación, pero no el de su capacidad y eficacia directiva, que es hoy la cuestión que preocupa a los ciudadanos y la que reviste la mayor importancia cognoscitiva para los estudiosos de la política, el gobierno, y la administración pública.

La capacidad de los gobiernos democráticos para dirigir a sus sociedades, conducirlas, coordinarlas, y no sólo su legitimidad, es la cuestión que hoy más importa e inquieta.

Saber resolverla es una empresa intelectual y política, crucial para el futuro de las sociedades y para la democracia misma.

Ex presidente municipal de Querétaro y ex legislador federal y local. @Chucho_RH

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