En repetidas ocasiones, a lo largo de los casi seis años que llevó compartiendo opiniones, datos, anécdotas y alguno que otro cuento, he enfatizado el poder de la congruencia y, más aún, las prácticas, comportamientos y hábitos que nos construyen o nos destruyen también. En este ir y venir de textos y aportaciones, he recurrido a frases y aseveraciones respecto de lo que leemos, ingerimos o vemos en pantallas propias o ajenas, o incluso los comportamientos influenciados por todas aquellas personas con las que convivimos regularmente; resumiendo, todo aquello que vivimos, consciente o inconscientemente nos modela.

Si bien, por un lado, somos lo que comemos, leemos, pensamos o ponemos en nuestra cabeza a través de la pantalla de nuestra computadora o dispositivo móvil, también, y en eso quiero centrarme particularmente este martes #DesdeCabina, somos, según algunos expertos, el resultado, en cuanto a comportamientos, de las cinco personas con quienes más convivimos. Por todo ello, en verdad deberíamos tener bastante precaución, sobre aquello, que ingresamos a nuestras personas por cualquiera de nuestros sentidos y, sobre todo, la convivencia que procuramos o permitimos de manera cotidiana.

Quisiera ahora extrapolar la reflexión a las situaciones en donde podemos hacer una diferencia, en condiciones, lugares u organizaciones donde la inercia se ha apoderado del modos vivendi, y en donde el desánimo producto de lo que consumimos, las prácticas que reforzamos o simplemente el modo en que típicamente trabajamos y que nos empantana más seguido de lo que nos gustaría en realidad, nos aleja de nuevas formas de crecer, de aportar o de promover cambios que se necesiten. Qué sucedería si, aún con las condiciones que todos conocemos respecto de lo que a cada uno de nosotros nos corresponde, desde la trinchera en que nos desempeñamos, con los colaboradores, subordinados o autoridades que influyen directa o indirectamente, pudiéramos generar algún movimiento, desde dentro, sin tantos aspavientos, sin resquebrajamientos ni luchas políticas, sin dañar a nadie, provocando el consumo de aquello que nutre mentalmente, coordinando el trabajo e integración de todos aquellos que quieran moverse y cuya presencia igualmente alimenta con positivismos, pero sin excluir a aquellos que deban de ser parte de la transformación y que quieran ser transformados.

Desde dentro, el movimiento debería ser silencioso pero consistente, congruente y disciplinado, no debería ser pretencioso ni mucho menos excluyente, debería transformar, no destruir, y procuraría construir una mística, la de incidir positivamente en una organización, en un grupo o ente en particular.

Desde dentro, las personas así como las organizaciones, idealmente, pueden empezar a transformarse, pueden nutrirse con contenidos y relaciones positivas, con prácticas no necesariamente disruptivas, pero sí novedosas y sobre todo enriquecedoras, entendiendo que las grandes y más poderosas transformaciones en la historia de la humanidad se han construido a partir de individuos que se han atrevido a cuestionar el statu quo, y que en ese proceso de reflexión inquisitiva se transforman y cambian por consiguiente su entorno. Que verdadera oportunidad es encontrarse en escenarios en donde la transformación se encuentra a flor de piel, en donde los personas y sus capacidades son tierra fértil para construir algo mucho más grande, poderoso y más trascedente aún. Continuemos, desde dentro.

@Jorge_GVR

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