Hace un par de días me encontré con un buen amigo y platicamos sobre nuestros proyectos. Durante la conversación nos dimos cuenta de lo complejo que resulta llevarlos a buen destino. Esto nos hizo conversar e intercambiar experiencias sobre las mejores maneras de encausar y realizar lo que se piensa y se quiere.

La plática nos hizo recordar algunos pasos formales que ayudan a concretar ideas y proyectos. Por ejemplo, realizar un buen diagnóstico para garantizar factibilidad a cualquier proyecto. También nos acordamos de la planeación como un elemento necesario para definir adecuadamente pasos y secuencias para conseguir objetivos. No nos olvidamos del valor de la ejecución con personal capacitado y profesional ni tampoco de la evaluación para ajustar detalles continuamente.

En resumen, desde la mesa de aquella tertulia, arreglábamos al mundo y sus problemas al momento de ejecutar proyectos. Señalábamos a detalle, y con juicio de quienes aparentan conocer, cómo es que funciona lo que los libros y las voces autorizadas nos habían enseñado. Los dos nos despedimos después de haber quedado muy resueltos y con la satisfacción de haber encontrado el know how a los retos y dilemas que están de moda para los jóvenes con ganas de hacer y emprender.

Al día siguiente, cuando el deber implicaba concentrarse en las actividades diarias y cotidianas, caí en cuenta de que mucho de lo que hacía ya estaba en cierta medida enmarcado en los pasos de diagnóstico, planeación, ejecución y evaluación. Sin embargo, reconocí que estos elementos no eran suficientes ni lo eran todo para poder conseguir lo que uno se propone. Hacía falta identificar algo más y eso era lo que tiene que ver con las características y aptitudes personales de quienes deciden emprender proyectos.

Ni habíamos arreglado el mundo ni encontrado el hilo negro aquella vez en la tertulia. Porque mi amigo y yo incurrimos en la miopía recurrente de dar prioridad a las matrices lógicas y secuencias metodológicas, en lugar de reconocer al protagonista de toda historia; al ser humano que sueña, crea y siente.

Y ciertamente, la mejor manera de encausar lo que se quiere y se piensa, es poniendo atención a los hábitos y costumbres que como personas tenemos. Porque aun cuando se pueden tener los mejores instrumentos para ordenar nuestros proyectos, siempre estará el elemento personal, es decir, las emociones, sensaciones y ritmos que pueden frenar o acelerar nuestras acciones y procesos.

Es por ello que cuando estamos en el proceso de conseguir o construir algo, lo ideal es ser disciplinados para mantener un ritmo constante en lo que hacemos. Porque sólo con disciplina se puede hacer frente a la incertidumbre que generan los plazos que no dependen de uno, o a la frustración de cuando las metas no se logran en los momentos deseados. Con disciplina también se logra ser persistente y se evita rendirse a mitad del camino.

A final de cuentas ni mi amigo ni yo habíamos atinado a reconocer la disciplina como elemento esencial que contribuye a ordenar nuestros hábitos y de encausar nuestras acciones de manera óptima y con resultados. Quizás ni nos cruzó por la cabeza debido a que somos parte de una generación que confunde la libertad con el desorden, y la rutina con el fastidio. Sin embargo, vale la pena considerar a la disciplina como uno de los elementos más importantes para conseguir el éxito.

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