Las última cifras del Coneval sobre los niveles de pobreza despertaron nuevamente la polémica sobre las clases medias. ¿Es México un país de clases medias porque las personas en condiciones de pobreza son un poco menos de la mitad? ¿Es México un país que cultural, política y socialmente se comporta como uno en donde las clases medias predominan en la vida pública? Al ampliarse la clase media y contenerse la pobreza extrema, ¿debemos sentirnos satisfechos como ciudadanos de un país donde más de cincuenta y ocho millones de personas viven en condición de pobreza? Sin duda, el tema de las clases medias plantea preguntas interesantes pero quizás deja de lado el punto central de la discusión, al menos por ahora.

México es un país de contrastes... a diario conviven millones de personas en condiciones de pobreza con millones de otros que viven cómodamente y muchos son millonarios a lo indecible. Se trata de un país polarizado en donde el tejido social parece estar prendido con alfileres. Aquí tienen lugar episodios de tremenda inseguridad e impunidad; el acceso a los servicios públicos como justicia, salud, educación y tantos otros son por demás desiguales... sólo por dar un adjetivo. Muchos jóvenes mexicanos, que tienen educación y posibilidades de estudiar en el extranjero, prefieren desarrollar su vida profesional fuera de México. Mi hipótesis es que esto no se debe en sí a mejores opciones laborales... hablamos más bien de la situación de inseguridad, de alta corrupción, de servicios públicos deplorables que implican en general un menor nivel de vida no tanto por el ingreso, sino por el hecho mismo de vivir en una sociedad desigual y conflictiva.

Éste apenas es un indicador más que apunta a que el tema en México no es solamente el bajo crecimiento económico y la inseguridad. La desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades son fenómenos que no van a cambiar en el futuro, al menos eso percibimos todos.

En otras palabras: el tema que debe ocuparnos es cómo lograr que México sea una sociedad más incluyente, más productiva, con mejores niveles de ingresos, y con mejores satisfactores para todos. Pero, ¿debe el Estado preocuparse por ello? No se trata de que haya plena igualdad entre las personas y familias... eso, por naturaleza es imposible. Aun al interior de una misma familia, en donde los hijos tuvieron las mismas oportunidades, los resultados son a menudo diferentes. La actitud, intereses y motivaciones de cada miembro del grupo familiar puede marcar grandes diferencias en sus desempeños a lo largo de su vida. Que los resultados de unos y otros dependieron no de dónde nacieron, pues todos nacieron en el mismo contexto, sino de lo que cada uno hizo para salir adelante.

Una política social de Estado, en donde todos tengamos la convicción de que juntos debemos construir una sociedad más armoniosa, con oportunidades semejantes para todos, quizás implique un nuevo pacto social, un nuevo acuerdo. Pero si lo tuviéramos, si estuviéramos de acuerdo en ello, sería mucho más fácil alinear nuestros esfuerzos, sería más fácil saber de entrada si debemos o no seguir ciertas políticas. No cabría la duda ni la mezquindad. Así habría sin duda opciones distintas en donde lo político tendría un papel fundamental que jugar. Pero la visión de construir un país económica y socialmente incluyente no estaría bajo discusión. Se trataría de buscar un objetivo compartido por todos. ¿Por qué no establecemos una política de desarrollo social que sea en efecto una política del Estado mexicano? Si sospechamos no tiene cabida un no hacia este escenario que significaría un gran avance, no se entiende por qué simplemente no ocurre...

Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

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