¿Cuántas historias caben en la cocina?, ¿cuántas risas se guardan en los pasillos?, ¿cuántas noches de llanto se mantienen ocultas detrás de la puerta del baño?, ¿cuántos planes se guardan en los armarios de cada habitación?

Los números son variables, los resultados dependen de varios factores: del número de integrantes de una casa, del tiempo allí vivido, de las generaciones que conviven en el mismo espacio, de los allí muertos y los nacidos, de las dimensiones de cada espacio; pero también de los sueños, ambiciones y miedos. Porque la casa se vuelve una extensión de nosotros mismos, de nuestros pensamientos, de nuestras acciones.

Hay quienes habitan en el mismo lugar desde el día de su nacimiento hasta su muerte. Y hay otros que su vida se traduce en un continuo andar, un continuo movimiento que rara vez se detiene.

Con cada cambio, empacamos cuidadosamente cada una de nuestras emociones, las depositamos en cajitas rígidas ocupándonos de llenar cada hueco, cada espacio vacío, para asegurarnos que vayan bien protegidas y no se rompan durante su traslado. Entonces llenamos otra caja más grande de todas estas pequeñas cajas de sentimientos, miedos y ansiedades. Y al final colocamos la leyenda FRÁGIL en todas sus caras, para que no haya duda del cuidado en su manejo.

Las mudanzas son también un encuentro con fragmentos de un pasado. Un simple objeto desata un imparable torrente de nostalgia que a su paso se encuentra con fechas, imágenes, memorias, risas o llanto. Nos detenemos un momento para ver la imagen completa de lo que somos, de lo que poseemos. A veces será sólo una maleta, y en momentos de más estabilidad, necesitaremos un camión entero. Porque los cambios nos obligan a ser selectivos y a desechar lo que no nos acompañará más.

Y así nos vamos, con la ilusión de colocar todo en un debido orden. Nos des-habitamos, porque hemos decidido guardar las historias vividas en cajas selladas con cinta canela, para ser desempacadas en la siguiente casa, en la siguiente habitación, en la siguiente cocina... En las siguientes calles. Las experiencias se trasladarán a nuevas búsquedas; en dónde comprar la fruta, dónde la carne, encontrar una farmacia cerca, la mejor panadería. Las relaciones y conexiones se empezarán a construir con los nuevos vecinos, con la gente con la que coincidimos al salir a la misma hora de casa rumbo al trabajo.

Somos puntos que se desplazan por una gran retícula, la ciudad. Nuestro desplazamiento se convierte en líneas que organizan formas, formas de habitar. Y al partir, esa noche, una lámpara se quedará apagada en la casa que dejamos. Al tiempo que encenderemos una luz desde otro domicilio. Nuestro pulso se sumará al latido de otra zona, otra ciudad, otro país.

historiasreportero@gmail.com

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