Las mujeres y los niños son los migrantes más vulnerables. Ahora 6 millones de mexicanas indocumentadas en Estados Unidos corren el riesgo de ser deportadas o sufrir abusos durante esa posible expulsión. Son el doble de los habitantes de Mongolia, Uruguay y Bosnia y representan la población total de Costa Rica, Palestina o Libia. México es el segundo país a nivel mundial con el mayor número de mujeres emigrantes.

El hecho de ser extranjeras no las convierte en un problema para la soberanía, no generan inseguridad por ser madres, ni tampoco por ser niñas. Las mujeres no son un riesgo de seguridad nacional en ninguna migración del mundo y mucho menos lo son las niñas indígenas, las más vulnerables en los desplazamientos internacionales.

Las mujeres indocumentadas sujetas a deportación necesitan apoyo legal pero también la defensa de su dignidad con un mensaje que evite que las satanizen. En 2018 el Pacto Mundial para la Migración sentó un nuevo precedente internacional en la protección de migrantes y con record de 29 menciones de género.

En el caso de las mexicanas en EU, hay avances en la defensa de sus derechos humanos y familiares; pero fragilidad en sus derechos laborales, educativos y de salud. Esta lucha ya tiene una plataforma legal mas requiere de mayor presupuesto y aliados.

Se ha hablado de las migrantes como víctimas porque en muchos casos lo son. Muchas indocumentadas vienen de sociedades tradicionales y se deben adaptar a la vida industrial y al estrés, en ambientes laborales competitivos y desiguales. Tienen un papel doble como madres y trabajadoras, también están expuestas a entornos hostiles con abusos cotidianos.

Con esos antecedentes, ONU Mujeres ha desarrollado con México, Moldavia y las Filipinas un programa piloto que aboga precisamente por los derechos humanos, el derecho a organizarse aun sin documentos y empoderarlas. La problemática de la mujer migrante también ha si do abordada por activistas y defensoras de género como Alexandria Ocasio-Cortez.

Al momento de detenciones y deportaciones, mujeres y niñas pueden ser las más afectadas. Las madres pueden ser separadas de sus hijos. Los centros de detención se convierten en su único hogar. Las mujeres entrevistadas y en proceso de deportación han expresado la fragilidad de sus derechos humanos, carencia de agua y medicinas.

Mas en la imagen de la mujer migrante hemos invertido poco, no hemos sabido defenderlas en los medios de comunicación y la sociedad estadounidense, ellas son una fortaleza más que una debilidad. Empujan la economía familiar y representan lo mejor de la ética migrante. Más allá de acompañar a sus esposos y cuidar a sus familias, son productivas en las poblaciones receptoras y transmiten los valores positivos de su cultura. Cuando sus parejas encaran la deportación se hacen cargo de los hijos. Son jefas de familia responsables del ingreso económico dentro de sus países y también en el extranjero.

Las mujeres son menos asociadas a los delitos violentos cometidos por extranjeros, por el contrario, tienden a fomentar la cohesión social y la vinculación comunitaria. Su inserción obedece a una mayor participación económica dentro y fuera de los hogares, continuidad en los estudios y mayor bienestar personal. Ese es caso de las mexicanas indocumentadas en la sociedad estadounidense. No tiene sentido práctico deportarlas.

Las migrantes no son un peligro para quien las recibe y por ello es muy importante quitarles ese estereotipo negativo. Falta un discurso que las retrate como mujeres prósperas y de bien, no sólo como víctimas. En un país que creció con los migrantes su buen ejemplo puede tener cabida.

Especialista en Geopolítica y miembro de COMEXI

Google News