Los delincuentes son personas que generan daño. Sus acciones afectan a sus víctimas y al entorno social en el que medran. Su existencia trastoca el comportamiento de la comunidad. La presencia de los delincuentes en un espacio territorial modifica los hábitos de sus habitantes a tal grado que en muy poco tiempo barrios y comunidades se adaptan a una realidad violenta que acaba por marginar a los ciudadanos de bien y coloca a los delincuentes en posiciones de privilegio. Cuando esto sucede, los valores se invierten y las aspiraciones de los más jóvenes pueden orientarse a alcanzar un lugar en el bando de los fuertes. Es bien sabido que muchos de los delincuentes son hijos de la promiscuidad y la pobreza. Su nivel de escolaridad rara vez rebasa la primaria y difícilmente supera la secundaria. La deserción escolar abre posibilidades a la vida delincuencial. Por eso resultan tan importantes las escuelas de tiempo completo y la detección oportuna de problemas de visión en niños en edad escolar, causa de muchas de estas deserciones. El combate a la delincuencia es ya tardío cuando la policía tiene que intervenir. La verdadera lucha debe comenzar en la génesis del problema: evitar todo lo que pueda producir a un delincuente.

La estrategia que está siguiendo el gobierno federal tiene varias vertientes. Una de ellas tiene que ver con reducir significativamente la violencia, para lo cual es necesario que la fuerza del Estado no abone en este mismo terreno, y para eso hace falta dar golpes de precisión, por lo que resulta indispensable contar con sistemas de inteligencia eficaces, así como equipamiento, formación y entrenamiento adecuado para los policías. Su reclutamiento debe prever exámenes de confianza y una buena oferta de salario y prestaciones sociales. Policías mal pagados y sin un esquema adecuado de seguridad social para ellos y sus familias difícilmente expondrán sus vidas por la ciudadanía a la que sirven. Al mismo tiempo, y transversalmente, se está trabajando en reconstruir el tejido social, en generar oportunidades de empleo, educación y esparcimiento en aquellos núcleos sociales en donde abrevan los reclutadores de la carne de cañón con la que se alimentan las bandas. Este esfuerzo rendirá sus mejores frutos en el mediano y largo plazos. Y aquí resulta fundamental la recuperación de los espacios públicos y la participación ciudadana. Cada andador, cada bajopuente y cada parque que se arrebata a los delincuentes constituye una conquista territorial para las comunidades que los rodean, ya que se recuperan lugares para la convivencia vecinal. La integración de los vecinos constituye en sí misma un arma poderosa para contención de los delincuentes, ya que está plenamente comprobado que los criminales rara vez incursionan en territorios donde existe una activa organización vecinal.

Otro aspecto sin duda importante de la estrategia es la forma en la que el gobierno presenta la información relacionada con la delincuencia. Es vital mantener informada a la población, de la misma manera en la que lo es no exaltar a los criminales y/o hacer apología de la violencia y el delito. Bajo ninguna circunstancia es conveniente utilizar los apodos de los criminales o los nombres con los que conocen a sus bandas, ya que lo que se consigue es dar difusión a la subcultura creada por ellos, la que en muchas ocasiones ha crecido a partir de las amplificaciones realizadas por quienes los combaten. La presentación de delincuentes sonrientes y desafiantes, rodeados de policías enmascarados, ha abonado en estereotiparlos como personas exitosas, poderosas y encomiables. En este sentido, la estrategia consiste en informar sin enaltecerlos, privilegiando en todo caso los temas que tienen que ver con la reconstrucción del tejido social y la prevención del delito, de tal manera que al final del camino tengamos una sociedad bien informada y al mismo tiempo bien enterada de lo que se puede hacer, y se hace, para cerrar de una vez por todas la perniciosa fábrica de delincuentes que durante largo tiempo hemos alimentado.

Analista y escritor

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