Que en notables campos del saber la Universidad pública mantiene liderazgo en el conjunto de las instituciones de educación superior, no hay duda. Y no la hay si consideramos los indicadores duros de los organismos calificadores; tampoco la hay si evaluamos el peso y la aportación de nuestras instituciones a partir de la posición que ocupan sus egresados en la vida pública.

No obstante, de ningún modo puede la Universidad pública perder de vista la aparición de otras opciones formativas, algunas de respetable calidad y otras que nos obligan a vernos ante el espejo, y que nos disputan un espacio que en el pasado “nos pertenecía”. De igual manera, tampoco podemos dormirnos en nuestros laureles ante las tendencias contemporáneas y las concepciones que cuestionan nuestros cimientos como centros formadores fincados en la excelencia como divisa fundamental.

A esta reflexión me llevó la lectura de Gabriel Zaid, uno de nuestros pensadores mexicanos indispensables. Sobrio y lúcido, en uno de sus siempre controvertidos ensayos, sostiene con severidad que “el verdadero saber no está en las aulas, ni en las Universidades” y con frecuencia ha reducido su función a la mera administración de “las credenciales del saber para subir”. También acusa a las burocracias culturales de estrangular el arte, pues suelen llevarse mal con la libertad creadora y tienden a “desanimar la creatividad”.

Al margen de lo discutible de sus aseveraciones, es pertinente detenernos en la reflexión de Zaid, que nos recuerda cómo Gutenberg, Leonardo, Erasmo, Descartes y Spinoza se movieron de espaldas al saber autorizado y certificado.

Más aún, Marx, Freud, Einstein, Picasso y Le Corbusier, que marcaron las tendencias dominantes del siglo XX, “crearon y pensaron por su cuenta y riesgo, en libertad” y al margen de las Universidades: “influyeron por la importancia de su obra, no por el peso institucional de su investidura”.

Bien haríamos nosotros en preguntarnos por algunas de nuestras más influyentes figuras literarias y del pensamiento en México, que se han desentendido de posgrados y títulos y han marcado tendencias.

En las letras, por ejemplo, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Carlos Monsiváis, Julio Scherer, Vicente Leñero y Gabriel Zaid mismo. Así como el marxismo y el psicoanálisis o la obra de Le Corbusier no salieron de las Universidades, sino que entraron a ellas “después de acreditarse en el mundo de la lectura libre” y del reconocimiento social, no son pocos los pensadores mexicanos que sin carrera académica ni plaza de investigador, a quienes nuestras Universidades han otorgado doctorados honoris causa como una forma de reconocimiento a sus relevantes aportaciones.

Pensemos en esto con el fin de propiciar que la Universidad pública mantenga alerta sus sensores y fino su pulso para preservar su espacio de influencia en el ruedo de las exigencias del mundo contemporáneo, complejo y con novedades infinitas.

Pensemos en esto también para quitarle al conocimiento académico el dejo de arrogancia con que frecuentemente se reviste. Pensemos en ello, en suma, para que el conocimiento no olvide la humildad ni su pertinencia social.

Nadie puede caer en la tentación de que el conocimiento actúe en el vacío social y pase por alto el dolor cotidiano y la angustia existencial del hombre en nuestros días. Nos toca aceptar el reto de que nuestras Universidades no se refugien en los indicadores duros de los evaluadores ni se ausenten del espacio dialogante de la sociedad civil.

Rector de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ)

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