¿Qué nos deja el segundo debate entre candidatos a la Presidencia de la República? ¿Seguiremos preguntándonos retóricamente quién ganó? ¿Quién perdió? ¿Quién lo aprovechó más? De entrada el diagnóstico es claro: no fue un debate de ideas, sino de ocurrencias.

Aprovechemos que aún siguen vigentes las palabras dichas en el debate del 20 de mayo de 2018 en Tijuana, Baja California, para hacer unas breves reflexiones.

De entrada, en este nuevo encuentro verbal entre los candidatos salieron perlas políticas que serán recordadas por años. Lamentablemente, ninguna de esas perlas es producto de alguna idea o propuesta política que permee en el ánimo político.

En el debate, para citar a Paz cuando discutió en Proceso con Monsiváis, no hubo ideas, sino ocurrencias.

Y hubo en demasía. Si en la víspera Anaya, de la alianza entre el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, hacía alarde de que aniquilaría en el debate a sus contrincantes con ese video donde sale golpeando una perilla de box en mangas de camisa, el golpeado durante el debate fue él.

Anaya es un hombre muy estudioso que no deja nada a la improvisación: mide y trata de anticipar a sus rivales. Ésa es su fortaleza y debilidad. Eso se ve reflejado en el momento cumbre del debate, cuando acecha a López Obrador, candidato de Morena, PT y PES, y se le pone justo enfrente para intimidarlo.

El mensaje visual del poderío de su juventud frente a la vejez de López Obrador quedó opacado ante la agilidad mental de Obrador, que de inmediato lo calmó todo con una ocurrencia cargada de simbolismo que mandó a Anaya a la lona: sacó su cartera y dijo que tenía miedo de que Anaya se la robara.

Como era algo que no había previsto, Anaya no respondió, no anticipó el movimiento y, como carece de capacidad de improvisación, no supo qué hacer, lo cual contrasta con el momento en el que AMLO saca la revista Proceso, donde señala los manejos financieros turbios de Anaya y éste, inmediatamente, saca una cartulina con otras portadas donde se cuestiona al propio AMLO y Meade, mientras sonreía para las cámaras como niño aplicado en espera de que le pusieran su estrellita en la frente.

Esa imagen retrata a Anaya: no sabe improvisar, y ya le ha pasado en otros foros, como en el encuentro en el Tec de Monterrey, cuando le pidieron que respondiera en una sola palabra a ciertos temas. No pudo; siempre soltó un discurso que ya tiene preparado.

Por el contrario, AMLO se siente más cómodo en el terreno de la improvisación, dando base por bola cuando le incomodan sus rivales y esperando el error para luego batear de hit. Ya lo había demostrado en el famoso debate del 7 de marzo del 2000 entre él y Diego Fernández de Cevallos, donde salió fortalecido al poner a Diego contra las cuerdas apodándole La Ardilla, porque, según AMLO, en tiempos de Salinas de Gortari (1988-94), el dirigente panista vivía en Los Pinos.

Ése es su estilo, una ocurrencia verbal que marca a sus rivales. Y ahora, de La Ardilla, pasamos al Ricky Riquín Canayín (o Canallín, según guste usted). AMLO hiere a sus rivales con el estigma de un nuevo apodo digno de un publicista (eso de “no lo tiene ni Obama” se ha vuelto marca legendaria).

Y las propuestas, por lo apretado del formato del debate, poco tiempo hubo para ellas; tenía que lucir primero la pirotecnia verbal antes que la sustancia política. Un debate de ocurrencias que seguirán siendo comentadas por años. Por lo pronto, AMLO se anota otro slogan contra sus rivales. Falta el tercer encuentro, en junio.

Periodista y sociólogo. @viloja

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