El sereno sin cabeza

Caminaba tranquilamente con mi esposa rumbo a casa y al llegar a la bocacalle de Pasteur con Universidad me vino a la memoria el extraño caso que da título a mi colaboración.

Sucedió hace mucho, cuando la ciudad era un conjunto de barrios bien definidos: los ‘cambayeros’ de Santa Ana; los ‘ombligos de lodo’ de Santa Rosa; los ‘encuerados’ de San Sebastián; los ‘brujos’ de San Francisquito, los ‘cuchilleros’ de La Cruz, además de rijosos de ‘La Trini’, la Trinidad y el ‘Cerrito’, por mencionar algunos.

Ignoro el motivo por el cual ha habido rivalidad entre uno o varios, lo cierto es que, como hasta la fecha, se dan batallas campales.

De los enfrentamientos de una banda del río contra la otra fue testigo mudo el Portal de Valderramos, llamada así por llevar su primitivo dueño tal apellido. Este portal pertenece a un edificio viejísimo, seguramente de los pocos que nos quedan del siglo XVI. Esta fue la sede de las primeras Casas Consistoriales.

Este portal es notable por otros acontecimientos que narraré en otra ocasión.

El Puente Colorado era como un puente internacional, ubicado en la frontera del barrio de San Sebastián, donde los aguerridos vecinos, al abrigo de las arboledas y de las tapias de las huertas, impedían a los de la banda sur la entrada a su barrio. Cuando los encuerados se adentraban a los barrios de la ciudad, provocaban luchas campales feroces. Por su parte, cuando un grupo de otro barrio intentaba vengar alguna afrenta, era rechazado con brutalidad inaudita.

Siempre, o casi siempre, la victoria era de los de la Otra Banda que acababan correteando a los atacantes, primero por el singular Puente Colorado y después por la calle de Silva, así llamada la última calle de Pasteur Norte. En el portal de Valderramos unos tronchaban hacía la calle de Juan Largo para continuar por El Carrizal y llegar a salvo a su barrio, el de Santa Ana, otros quebraban hacia la calle de Lepe para subir a La Cruz, y los más seguían de frente por la calle del Chirimoyo para buscar el refugio de la Plaza de Arriba, con el respaldo de los gendarmes que, a querer o no, guardarían la paz pública.

Para evitar este tipo de enfrentamientos, el Ayuntamiento destacó a un sereno encargado de la tranquilidad y la iluminación. Las contiendas cesaron un tiempo.

Una noche, al descubrir que un ‘encuerado’ rondaba a una de La Cruz, se armó una campaña fenomenal. La lucha se dio justamente en la bocacalle dicha. El sereno trató de poner orden, pero entre que unos empujaban con brío y otros retrocedían llegaron al puente, con el sereno en medio de todos. Todos gritaban a cual más, cuando un alocado encuerado agredió con un machete al sereno, con tal furia que lo decapitó ahí mismo, a mitad del puente. Esto fue suficiente para que los rijosos se retiraran espantados a sus guaridas.

Por más que se investigó no se supo quien fue el asesino.

Pasó el tiempo, más o menos tranquilo, hasta que una noche llegaron los de esta banda al Puente Colorado y se armó nuevamente la gresca. En lo más álgido del enfrentamiento apareció de pronto, en mitad del puente, el sereno sin cabeza, portando un farol encendido en la siniestra y empuñando un garrote en la diestra.

Ante tal aparición los rijosos se horrorizaron tanto, que dando gritos de pavor huyeron sin saber por dónde. Algunos del susto cayeron a unos pasos y los más enfermaron luego.

Hoy día este lugar vuelve a tener luz, después de más de quince años de tinieblas; vuelve a ser seguro, luego de haberse registrado robos y daños en propiedad ajena, gracias a la reposición de una luminaria de la que aún ignoro por qué ‘brilló’ por su ausencia tantos años.

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