Estoy segura que si les pregunto, si recuerdan algún viaje que hayan hecho durante su niñez,  el simple hecho de pensar en la respuesta les sacará una sonrisa, y no solamente porque les haya venido a la mente uno, dos, tres o más viajes, sino miles de anécdotas que se quedan incrustadas en nuestra mente y en nuestro corazón de las “pato aventuras” de cuando éramos niños, independientemente si fueron memorias de viaje o no.

Mi niñez fue muy feliz, llena de esas historias que se guardan para siempre. Ya en anteriores columnas les he narrado algunas, este año toca contarles de los viajes rumbo  a San Luis Potosí a visitar a mis abuelos maternos. Hay muchos relatos, que no terminaría, como cuando mi papá nos compró una torta en una casita sobre la carretera cerca de San Luis de la Paz (a la mitad del camino). Pidió una torta para cada quien, la señora, que yo recuerdo viejita, las preparó y se las entregó, pero sorpresa, ¿de qué era la torta? Jamás le dijimos de qué la queríamos, y ella tampoco preguntó. La incógnita se volvió un acertijo, mi papá que es todo un niño, nos distrajo como juguetón que es, adivinando el relleno de la famosa torta. Con esto, no hace falta decir que para entretener  a un niño durante un trayecto largo no es necesario usar la tableta, celulares, Internet, ni redes sociales, sólo ábrete a la diversión y saca a jugar a ese niño que muchas veces se nos olvida que aún tenemos.

Regularmente cuando viajábamos a San Luis Potosí lo hacíamos por carretera, y como la historia de la torta hay muchas más, pero una de las mejores fue cuando a mi papá se le ocurrió que nos fuéramos en tren, ¡y qué maravilla!, debido a eso, mis hermanos y yo conocimos lo que era viajar en el ferrocarril, ya era de los pocos trayectos que hacía el de Querétaro. Fue a finales de año, pues venían muchos paisanos a visitar a sus familias,  cuando los vagones eran un gran jolgorio y algarabía.  Recorrimos toda la Huasteca Potosina, y en cada pueblo subían a vender gorditas, tamales, taquitos, garapiñados, pepitorias, pinole y todo lo que se puedan imaginar. Desde luego arribaban pasajeros en cada estación, y muy bien acompañados, con gallinas, pájaros, borregos y más, un tren “all friendly” dirían ahora. De los paisajes… tienen que verlos, cerros impresionantes, vegetación, cascadas, ríos e incluso túneles de lodo, todo aquello con el bufar de la chimenea y el sonar de las ruedas con las vías, inolvidable  experiencia. Al llegar, llamábamos a mi abuelita desde una caseta telefónica de monedas (todavía existían), le decíamos que nos invitara a desayunar, y como aún no figuraban los teléfonos con identificador de llamadas, no creía que estuviéramos ahí, estábamos a sólo una cuadra, ya se imaginarán nuestra emoción y la de mis abuelitos al vernos llegar.

Muchos dirán que los viajes con niños son cansados, ajetreados, accidentados, y llenos de berrinches, pero no me dejarán mentir que son los más divertidos, con muchas risas, ocurrencias, preguntas y ese asombro que algunos han perdido. Lleven a  sus niños a cualquier lado, no importa si  es cerca o lejos,  esas historias jamás se olvidan, si no saben qué hacer, pregúntenle a su niño interior a dónde viajaría si en este momento fuese pequeño, hagan de su vida un gran y maravilloso viaje. Por cierto, la torta era de “huevito” con mayonesa, mostaza y un poco de catsup. ¡Feliz Día del Niño!

*Periodista y conductora
Premio Nacional de Locución otorgado por la ANLM
Twitter @NatividadSanche
Facebook.com/NatividadSánchezB

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