El beis está de moda, tanto por ser octubre el mes de la Serie Mundial. Los equipos de grandes ligas inician su entrenamiento de primavera a fin de prepararse para la temporada regular. En esos entrenamientos se prueba y selecciona a los novatos, se diseñan estrategias de juego, se experimentan jugadas, se prepara física y mentalmente a los peloteros. Los resultados son insustanciales, porque se trata apenas de lo que los abogados llamamos actos preparatorios del juicio. Estos entrenamientos se conocen como la Liga de la Toronja.

En México se vive una liga de la toronja política notable: quienes tienen las facultades constitucionales, están pasmados, no las ejercen en tanto el equipo al que pertenecen ya no jugará en la siguiente temporada. Los que integran el próximo equipo oficial, el que todavía no tiene facultades, pichan cachan, batean y creen que ya es juego legal. El país, mientras tanto, observa, opina, se divide y también se sobresalta. La mayor parte de los actuales episodios resultan ser inauditos, absurdos, ilegales, preocupantes. Si bien uno de ellos hace honor a la tradición mexicana de solidaridad internacional.

Llama la atención que lo que había sido timbre de orgullo y tradición mexicana, admirada por el mundo, la recepción de los refugiados políticos durante la Guerra Civil Española en los años treinta, o la de sudamericanos durante las dictaduras militares en los años setenta, se olvide cuando se trata de centroamericanos pobres. La razón es clasista con un ingrediente, nativista, racista y xenófobo. La misma reacción de Trump respecto a los migrantes mexicanos.

La recepción policiaca en la frontera a la caravana de hondureños con toletazos y gas lacrimógeno deja la sensación de colaboracionismo con el gobierno de Trump. La oferta de ofrecer visas y trabajo a migrantes centroamericanos regresa a los principios que México ha sostenido históricamente, que se encuentran en la Constitución y específicamente la Convención Internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares, de la que México es autor y promotor.

El miedo a recibir a migrantes por creer que se generará una ola incontrolable, muestra la falta de solidaridad del gobierno de Peña Nieto, más preocupado de las reacciones del gobierno estadounidense que de la historia y los lazos que nos unen con quienes son verdaderamente nuestros hermanos latinoamericanos. ¿Qué no habrá quien le explique al presidente que la Constitución protege a los asilados y que hay obligación de velar por sus derechos cuando pisan territorio nacional?

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