Como todo pibe, siempre soñé con jugar en Primera.

Tenía claro que quería ser futbolista, pero nunca me imaginé que tan rápido iba a pertenecer a un club de la magnitud del Barcelona, y menos que a los 18 años iba a cumplir el sueño de debutar en la selección mayor. Antes de partir para el Mundial Sub-20 de Holanda hablé unas pocas palabras con José Pekerman; él quería conocerme y transmitirme su tranquilidad.

Cuando terminó el Mundial Juvenil, de la selección mayor me dijeron que había una posibilidad de que fuera convocado para el amistoso con Hungría, en Budapest. Quizá por eso, cuando se confirmó, no me tomó por sorpresa, pero igual la felicidad fue inmensa. Después, la expulsión amargó mi debut. Cuando llegué al vestuario me puse muy mal, porque no fue justo, nunca quise pegarle un manotazo al rival que me venía tomando, sólo pretendía que me soltara para seguir la jugada.

Del Mundial de Alemania me fui triste. Por cómo se preparó ese equipo, no merecía terminar así, en los penaltis. Concluyó de la peor manera para nosotros. Pero mis experiencias fueron todas positivas. Para los compañeros y la gente que conocí, no tengo más que palabras de agradecimiento.

Este contenido pertenece al bookazine “El Patriota”, editado por La Nación. GDA

Google News