Hay pocas cosas en la vida que se equiparan con la oportunidad de ser abuelos. Una vocación no esperada y mucho menos visualizada en la juventud, lo que implica que al igual que ante la llegada de los hijos, se da uno cuenta que no hay una escuela que nos enseña a ser padres, mientras que, después de esa maravillosa experiencia, el tiempo nos obsequia una discreta beca para aprender a ser abuelos. Sin darle la debida importancia, pareciera entonces que nos dedicáramos con especial esmero al aprendizaje y el examen se presenta cuando tus hijos son padres y te permiten ese nuevo regalo de tomar a la o el bebé entre tus brazos y dejar que la magia fluya para enamorarnos de inmediato y sin tregua alguna. La naturaleza nos detona lo que biológicamente debe ser un instinto, pero intelectual y espiritualmente se convierte de nuevo en la misma bendición de la maternidad o la paternidad. Te inunda la emoción de la gratitud y refrendas de inmediato el sentido de continuidad en el ciclo de vida.

En tiempos actuales es inevitable pensar un poco en el porvenir de nuestros pequeños. Se antoja complejo e incierto saber qué ocurrirá en el transcurso del tiempo. Sin embargo, la familia se convierte en el más sólido vínculo para ir resolviendo un día a día, hasta que el propio tiempo les pueda conceder a los padres de nuevo la posibilidad de realizar un mayor número de planes para los pequeños.  Ocurre también hoy que los niños requieren de interactuar con sus similares para desarrollar sus habilidades motoras y aprender sobre la convivencia, algo ciertamente limitado por la propia pandemia, sin que conozcamos a detalle el impacto que ello tendrá para muchos de ellos.

Por eso, como abuelos percibimos la importancia del contacto con los nietos. Con los debidos cuidados necesarios por la pandemia, fortalecer los vínculos con ellos alivia tanto a unos como a otros. El tomarnos de la mano y caminar con ellos, el abrazo, el acomodarse en nuestro regazo, detalles tan simples que adquieren una gran relevancia para encontrar la fortaleza necesaria para continuar hacia adelante para quienes desempeñamos ya uno de los mas trascendentes oficios en la vida. No puedo evitar ese maravilloso sentimiento con todos y cada uno de los hijos de mis hijos. El sentirlos cercanos a ellos y sus respectivos padres, me fortalece en los momentos mas difíciles de esta atípica época que vivimos.

Como comunidad, debemos pensar también en los pequeños que por cualquier razón se ven privados, más aún en este tiempo, del privilegio de los vínculos tan necesarios para disfrutar de una niñez con la calidad de vida que les permita conocer y desarrollar valores indispensables para su futuro. Uno de los daños colaterales de la pandemia, es  lo que ocurre con el impacto emocional que sufren muchos por las circunstancias que han  modificado la manera de convivir a más de un año de privarse de aquello que les es tan necesario, en especial a los pequeños. Tenemos varios nuevos retos que enfrentar como sociedad en este momento y en el futuro inmediato para que se hable mas de oportunidades que de problemas en el mediano y largo plazo.

Como abuelo, como gente mayor, la percepción de la magia del vínculo es mucho más importante que antes por algunas de la razones expuestas. Ver sonreír a los pequeños, jugar con ellos, comenzar a construir esas complicidades que conlleva el disfrutarlos, más que educarlos, son las cosas que nos alimentan el espíritu y permiten que podamos sonreír al parejo de ellos. Pero esta oportunidad nos debe abrir los ojos para hacer frente a nuevos retos qué, considerando ajenos, son importantes también para que otros pequeños alcancen un mejor porvenir, como el que deseamos tengan quienes harán un mejor lugar de este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @Gerardo Proal

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