Desde hace muchos años, ha sido ampliamente difundido en México el hecho de que muchos de quienes ocupan cargos relevantes en Petróleos Mexicanos (Pemex) —ya sea en la empresa o en su sindicato—, así como quienes logran convertirse en sus proveedores, se saquen la lotería nacional, pero sin comprar boleto, claro. Y es que, para bien o para mal, esta compañía estatal ha sido asociada con jugosas dinámicas de corrupción institucionalizada que —salvo excepciones— suelen gozar de impunidad garantizada. Recuérdese, por ejemplo, a Jorge Díaz Serrano, Rogelio Montemayor, Raúl Muñoz Leos, entre otros.

A esto se debe, en buena medida, que llame la atención la acusación sobre su ex director Emilio Lozoya Austin, quien ha sido mencionado como beneficiario de un soborno por 10 millones de dólares, provenientes de la firma brasileña Odebrecht, a cambio de contratos de obras. La cercanía de Lozoya con el presidente Enrique Peña Nieto —de quien fuera coordinador de vinculación internacional durante la campaña presidencial del primero— independientemente de su culpabilidad o inocencia genera desconfianza entre distintos círculos sobre la posibilidad de que, en verdad, se lleve a cabo un juicio justo y transparente.

Odebrecht se había convertido en un ser parecido al Rey Midas, pues lo que tocaba, lo convertía en oro, pero gracias a la corrupción. Imagínese por un momento la amplitud y profundidad de las redes que tejió esta constructora, mismas que ya implicaron a personajes de doce países.

Lozoya salió al paso y dio la cara. Aseguró que no ha participado en actos de corrupción y negó la información difundida respecto a “supuestos actos de solicitud y/o recepción de sobornos directa e indirectamente por mi parte a la empresa Odebrecht o a sus funcionarios”. Incluso, añadió: “he pedido a mis abogados que procedan a demandar a quien corresponda, por daño moral y otros, ante una serie de señalamientos y acusaciones sin fundamento que deberán probar con hechos”.

caso es que, desde las revelaciones de personajes de la misma Odebrecht, Emilio Lozoya está bajo sospecha y sentado en un barril de pólvora.

Sin embargo, el que sigue tan campante es el líder petrolero, Carlos Romero Deschamps, a quien Peña Nieto llamó su amigo y ha sido tratado como tal y, aún más, a la vista de muchos.

Deschamps, extravagante y gastador, no tiene el mínimo escrúpulo de mostrarse como es, lo que le ha valido ser reconocido —según analistas— como un símbolo andante de la corrupción priísta rampante. Merecedor de privilegios por los servicios prestados —recuérdese el “Pemexgate”—, ha recibido acusaciones de muchos tipos (enriquecimiento ilícito, lavado de dinero, defraudación fiscal, desvío de recursos, entre otras irregularidades), y lo vemos, sigue viviendo como rey. Vaya, hasta algunos priístas pidieron que fuera expulsado de ese partido “para limpiar la casa” (sic).

Pero no, el PRI está en él y él en el PRI, como lo prueba la participación de Claudia Ruiz Massieu en el reciente aniversario del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. Y no estuvo el líder priísta, porque estuvo de descanso, por lo que asistió la secretaria general del Revolucionario Institucional. Todo sigue igual.

Son muchísimos los señalamientos sobre corrupción e impunidad en Pemex y, sabedores de que estos fenómenos tienen nombres y apellidos, ahora que el escenario registra un ex director presuntamente involucrado y un líder sindical escandalosamente impune —ambos cercanos al presidente Enrique Peña Nieto—, la desconfianza en la justicia es más que explicable.

Director de War Room Consultores

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