Para cambiar el destino del mundo, incentivar la curiosidad en las nuevas generaciones es un asunto fundamental. Sé que en este momento hay muchos acontecimientos que nos afectan, nos laceran y duelen. Sin embargo, estoy convencida de que el cambio de paradigmas es un proceso lento, que pasa por la educación, cuyo pilar a la ciencia, que nace de una inquietud nacida de la curiosidad.

Se trata de un círculo amplio, que incluye muchos elementos, iniciando por el planteamiento de un proyecto, el cuestionamiento de una creencia, la duda sobre la vigencia de un método que comienza a presentar fallas. El estudiante debe ponerse a prueba y pensar en la manera en que su profesor podría evaluar sus conocimientos, luego inventar ese examen y pasarlo sin que haya dudas.

Los niños son curiosos por naturaleza. Exploran su entorno comenzando por su cuerpo y su cuna. Su mano lleva a la boca casi todo lo que encuentra. En cuanto puede hablar pregunta el porqué de lo que mira. Es una actitud sana frente a un mundo anterior a él, para descifrar sus códigos y moverse con ligereza entre los pasillos del laberinto y así alcanzar la meta.

Sigmund Freud era un hombre curioso, que al contemplar la naturaleza humana se planteó preguntas distintas a las frecuentes en su época. Estudió los sueños y penetró en ese universo que existe en la mente, del cual a veces durante el día quedan rastros que por instantes seguimos, buscando caminos en la bruma de lo incierto.

“La cierva blanca”, es un poema de Jorge Luis Borges que tiene relación con ese mundo onírico: “¿De qué agreste balada de la verde Inglaterra, / de qué lámina persa, de qué región arcana / de las noches y días que nuestro ayer encierra, / vino la cierva blanca que soñé esta mañana? / Duraría un segundo. La vi cruzar el prado / y perderse en el oro de una tarde ilusoria, / leve criatura hecha de un poco de memoria / y de un poco de olvido, cierva de un solo lado. / Los númenes que rigen este curioso mundo / me dejaron soñarte pero no ser tu dueño”.

A partir de estos versos, que hablan de la curiosidad que nos despierta el mundo, un pintor crea en óleo una imagen surgida de los paisajes de su memoria. Un músico busca los acordes de un instrumento que acompañe a su voz y los convierte en canción. Una cineasta resuelve una escena importante para el minuto veinte de su película. Un psicólogo hurga en el pasado del poeta.

Paisana de Borges, Marilina Rébora fue una poeta del siglo XX: su vida transcurrió de 1919 a 1999. Su voz poética es dulce, con una fina ironía que envuelve mensajes hirientes en capa de terciopelo. Habla de los seres de ficción, los considera curiosos. Dice: “Cuéntame un cuento, madre... / Madre: cuéntame un cuento de ésos que se relatan / de un curioso enanito o de una audaz sirena; / tantos que de los genios maravillosos tratan./ Esas lindas historias que conoces. ¡Sé buena! / Dime de caballeros que a princesas rescatan / del dominio de monstruos dragón, buitre, ballena; / donde nadie se muere y los hombres no matan, / historias en países que no saben de pena”.

Luis Rosales, poeta español de la generación de 1936, quien vivió en un país transido por la pena, es invitado a esta columna con su “Memoria del tránsito”, dedicada a Federico García Lorca. La estrofa central dice: “tu leve paso indolente / deja en mis ojos su aroma, / los ojos en donde toma / revelación permanente; / bienaventuradamente / nacieron para el olvido, / tu piel de asombro encendido, / tus ojos de limpio viento, / y esta ternura que siento / «herido de amor huido». / Los sitios donde has estado / en la memoria los llevo / sólo para ver de nuevo / el rastro que allí has dejado; / la tierra que tú has pisado / vuelvo a pisar; nada soy / más que este sueño en que voy / desde tu ausencia a la nada”.

Google News