Trump necesitaba una victoria política que no llegó. La mayor parte de los titulares en medios hablan de la cumbre bilateral entre Estados Unidos y Corea del Norte en Hanói como un fracaso. Hace unos meses, tras la cumbre de Singapur, pasaba algo similar, pero al revés, se hablaba de una especie de “éxito total”. Y es verdad que las expectativas que había ante la reunión de Hanói no se cumplen. Pero eso no significa que haber transitado de una espiral conflictiva entre Washington y Pyongyang, a un proceso de diálogo y conversaciones, sea un logro menor. Por el contrario. En los últimos 14 meses, no solo ha habido algo de progreso en las conversaciones, sino que se consiguió detener lo que parecía ser una dinámica que podía haber detonado un conflicto armado mayor. No obstante, la sed que tiene Trump de mostrarse como un presidente con victorias y como un mandatario que cumple su palabra, puede obscurecer varios factores fundamentales en torno a la compleja conflictiva que se ha gestado en la península coreana desde hace décadas, y las dificultades existentes para hacer que el proceso de negociaciones avance. Por consiguiente, hoy más que nunca, se vuelve indispensable efectuar un balance frío, lo más distanciado de los reflectores mediáticos que sea posible.

Quizás hay que empezar por comprender qué es lo que lleva a Kim en 2018 a mostrar signos de distensión y a sentarse a la mesa. Si nos apegamos al planteamiento que hace Trump, el solo hecho de haber “sometido” al joven líder norcoreano gracias a su “presión máxima”, era ya en sí una gran victoria que mostraba la eficacia de sus tácticas negociadoras. Gracias a él, la amenaza nuclear norcoreana había “desaparecido”. No obstante, una visión alternativa plantea que, en realidad, la retórica exaltada y las amenazas de Trump, en combinación con su aparente disposición al uso de la fuerza no detienen, sino aceleran el progreso del programa nuclear y el programa de misiles de Corea del Norte, los cuales alcanzan en aquél año niveles que no les habíamos apreciado hasta entonces. En 2017, Pyongyang demostró que contaba ya con (a) bombas atómicas al menos 10 veces más potentes que las previamente detonadas, (b) la capacidad de miniaturizarlas y montarlas en misiles balísticos intercontinentales, y (c) la capacidad de hacer llegar esos misiles a territorio continental estadounidense. Si bien hay opiniones serias que indican que el proyecto nuclear de Pyongyang no está completo y aún requiere de ajustes, lo que queda claro es que su posibilidad para emplearlo como herramienta disuasiva, se transforma en una poderosa arma para negociar sus intereses. Por consiguiente, más que un joven derrotado por las estrategias y las amenazas de Trump, el actual proceso de diálogo exhibe a un líder que siente que, gracias a sus avanzadas capacidades nucleares, puede desplegar posturas de negociación mucho más firmes que en el pasado.

Esto no es un tema menor puesto que cuando en 2018 la Casa Blanca inicia el diálogo, su demanda era la de una desnuclearización “completa, irreversible y verificable” de Corea del Norte antes de pensar en eliminar las sanciones. Hoy en cambio, Trump parecería más satisfecho con un progreso más paulatino, y por lo que sabemos, estaba dispuesto a ceder en el calendario del levantamiento de las sanciones, exigiendo eso sí, pasos serios encaminados hacia esa desnuclearización. Lo que aparentemente ocurrió es que Kim quiso cobrar más caro el desmantelamiento de la central nuclear de Yongbyon de lo que Trump estaba dispuesto a pagar, y, por tanto, no hubo acuerdo en cuanto al monto de sanciones que era aceptable levantar, considerando que hay otras instalaciones nucleares y mucha más actividad de misiles que desmantelar. Aún así, y a pesar del presunto fracaso de esta cumbre, es posible apreciar un cambio en la posición de Trump desde Singapur hasta Hanói, el cual tiene que ver con esos dos factores que he intentado plantear:

El primero, la percibida posición de fuerza que Kim siente tener. Esto, a pesar de las sanciones y a pesar de la débil situación económica que enfrenta. Este nivel de autoconfianza, probablemente, es el que hizo que, en 2018, a pesar de sus compromisos con el proceso de negociaciones, se descubrió actividad incrementada en Corea del Norte de: (a) varios sitios de producción de misiles, lo que incluye más de los que previamente se conocían; y (b) una planta nuclear adicional a la de Yongbyon, la central que era conocida hasta la cumbre de Singapur.

El segundo factor, es como dije, la necesidad que Trump tenía de encuadrar este proceso como una victoria política que necesita desesperadamente para su audiencia interna.

Más allá de la cumbre de Hanói, sin embargo, es indispensable considerar que a lo largo del último año se ha conseguido construir un importante nivel de confianza entre las dos Coreas. Esto se ha traducido no solo en acuerdos de distinto grado de importancia entre Seúl y Pyongyang, sino en el hecho de que el presidente surcoreano Moon ha jugado una especie de rol de mediación entre Trump y Kim, destrabando las pláticas en momentos en los que parecen estancarse. Es natural, Moon comprende muy bien que bajo una escalada conflictiva como la que se venía gestando en 2017, Corea del Sur iba a ser la más afectada. Hay un tema adicional relacionado con China.

El presidente Xi Jinping está altamente interesado en que las negociaciones continúen. Es verdad que Beijing es el mayor aliado y sostén de Pyongyang, pero aún así, China ve con mucha preocupación el progreso nuclear norcoreano, no solo por los riesgos que implica tener un estado nuclear—hoy aliado, pero nada garantiza que siempre lo sea—en sus fronteras, sino porque ese factor tiende a atraer la presencia militar estadounidense hacia su zona geográfica de seguridad y Xi no quiere a EUA en sus puertas. Más aún, a diferencia de solo hace unos meses, Beijing y Washington han finalmente entrado en una dinámica positiva encaminada a resolver sus propias disputas. Esta serie de factores, permiten pensar que tanto Seúl como Beijing intentarán hacer esfuerzos por impedir que el estancamiento de las negociaciones exhibido en Hanói active de nuevo la espiral de ensayos, retórica y amenazas que vimos en el 2017, y luego, por conseguir desatorar el proceso.

Es verdad que nada garantiza su éxito y si Kim lo considera adecuado, siempre es posible el reinicio de ensayos para provocar nuevas presiones en Washington. Sin embargo, repito, las condiciones en 2019 son muy diferentes a 2017, y es posible que los pequeños pasos que se han dado, sean aprovechados por todas las partes.

Con todo, y como lo escribí el año pasado, lo que en realidad hace falta es pensar en un largo calendario de negociaciones que deberá incluir, de manera pausada, todos y cada uno de los elementos a atender para alcanzar la desnuclearización comprehensiva. Estos elementos incluyen al menos los siguientes: (a) desmantelamiento y remoción de armas nucleares ya existentes; (b) detener el enriquecimiento de uranio; (c) inhabilitar los reactores; (d) cerrar los sitios para ensayos nucleares; (e) eliminar la producción de combustible para bombas de hidrógeno; (f) destruir las armas biológicas; (g) destruir las armas químicas; (h) detener el programa de misiles; (i) un régimen permanente de inspecciones internacionales para verificar todos estos puntos; y no menos importante, (j) asegurar que Pyongyang suspenda su intercambio y comercio internacional de armas y tecnología nuclear con actores estatales y no estatales a nivel global (NYT, 2018; FA, 2018). Y entonces, premiar cada paso con incentivos (no limitados al levantamiento de sanciones pero que sí lo incluyan) que Kim esté dispuesto a aceptar.

Leer esto como lo que es, un largo y complejo proceso, no siempre empata con las agendas políticas de personajes como Trump pues los resultados nunca son inmediatos. Pero para quienes están interesados en construir condiciones distintas a las que actualmente prevalecen en la península, el esfuerzo no es imposible, aunque es enormemente complicado y de muy largo aliento.

Twitter: @maurimm

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