Diversos estudios como el Informe País sobre la Calidad de la Ciudadanía en México señalan con claridad un descontento ciudadano para con la democracia y los resultados que esta ha brindado. Dicho descontento, me parece, conlleva un grave riesgo ya que los ciudadanos, al no confiar entre ellos y en las instituciones —sobre todo en las responsables de la procuración de justicia, basta señalar que sólo el 4% de la población cree que se respetan las leyes, el 29% que se respetan algo y el 66% poco o nada—, provoca un alejamiento del ciudadano de sus gobiernos y esto es grave porque, cuando la sociedad se aleja y deja de exigir el respeto de sus derechos ciudadanos, su calidad de vida se ve sumamente disminuida.

Por lo anterior, se vuelve crucial impulsar una auténtica cultura cívica que abarque tanto el aspecto electoral como también el ejercicio democrático del poder y de toma de decisiones. Es decir, si bien es cierto que los mexicanos hemos construido durante los últimos 20 años instituciones sólidas que, a pesar de sus deficiencias y desviaciones, nos permiten distribuir el poder de manera democrática, también es cierto que no hemos logrado que el ciudadano participe activamente en la toma de las decisiones necesarias y relativas a su vida cotidiana.

Hoy contamos con un Instituto Nacional Electoral, un Tribunal Electoral autónomo, un padrón electoral, una credencial para votar con fotografía y una legislación que, hasta cierto punto, nos garantizan elecciones democráticas.

Donde vivimos con déficit, es decir, donde la democracia terriblemente es en el ejercicio del poder. Los ciudadanos realmente no participan ni son tomados en cuenta por sus gobernantes al momento de tomar las decisiones que sin duda afectaran la vida cotidiana de las personas. Decisiones que, por cierto, la mayoría piensa que no los benefician. El descontento es tal no sólo para con el actuar de la autoridad, sino también para la sociedad en su conjunto.

De hecho, la participación de los ciudadanos en nuestros propios espacios es muy pobre, sólo el 10.8% se considera activo en alguna organización religiosa, el 6.2% participa activamente en la asociación de padres de familia de las escuelas de sus hijos —y eso de que todos afirmamos que lo más valioso para nosotros son nuestros hijos y que lo más importante para ellos es su salud y educación—, el 5.5% en una organización deportiva, el 3.4% en un partido político, 2% en un voluntariado o asociación de beneficiencia, 1.2% en una organización ambientalista, 1.1% en una organización defensora de los derechos humanos. En suma, como se puede observar, la participación ciudadana es muy limitada aún en los espacios u organizaciones de ciudadanos para ciudadanos.

Es por ello que considero que si todos deseamos vivir en mejores condiciones y con una calidad de vida mucho más alta el que los ciudadanos participemos activamente cuando seamos convocados por nuestras autoridades y, cuando no sea así, el que exijamos nuestros espacios. Espacios en los que no sólo tomaremos parte de las decisiones, sino que exigiremos una auténtica rendición de cuentas.

Asimimo, considero conveniente el que los ciudadanos nos apoyemos entre nosotros fortaleciendo las organizaciones ciudadanas. Me parece importante que en el sistema de “pesos y contrapesos” políticos que debe existir, el único contrapeso real y efectivo que podemos tener los ciudadanos es nuestra participación —está visto que los Congresos, diputados y senadores, hoy obedecen más los intereses de sus partidos políticos que los intereses de los ciudadanos—.

Fuente de los Deseos. Ojalá todos nos demos cuenta de que participar activamente en la vida pública es imprescindible si queremos vivir mejor.

Comisionado del CECA.@TAMBORRELmx

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