Como es bien sabido, la preocupación por el cuerpo ha estado presente en la historia de la humanidad, aunque el cuerpo, en su materialidad, ha estado ausente en la tradición intelectual dominante en occidente. No obstante su necesaria omnipresencia y su importancia como sólida fundamentación del pensamiento, del proceso de teorización y de la propia teoría, los pensadores han procedido como si el cuerpo en sí mismo no contara y como si la razón, en efecto descorporizada, fuera capaz de operar en términos de la puramente. En la teoría occidental, el cuerpo ha sido considerado siempre como el lugar de las pasiones y apetitos incontrolables que alteran la búsqueda del conocimiento y la verdad. Ante el riesgo de esta simplificación, se argumenta que la corporalidad y la sobrevaloración de la mente o el espíritu es un deseo de acceder a la más alta forma del ser, es decir, se ve al cuerpo como el mundano camino a una más alta y valorizada espiritualidad.

El cuerpo se ha visto simplemente como una entidad material biológicamente determinada, que obedece leyes de la realidad y que ha de ser trascendida para liberar la mente en la búsqueda de una completa subjetividad racional. Ha crecido la preocupación por determinar las formas en las que se rechaza separar entre cuerpo y mente,  presentandolas dentro de las dimensiones sexuales y de género. A su vez, se ha atendido a la asociación del cuerpo con otras categorías, como son las de raza o clase y la manera en la que tales cruzan para conformar formas específicas de devaluación de los cuerpos, como es el caso específico de las mujeres, los homosexuales, los de capacidades diferentes, etc. No es extraño entonces que las personas de clase media alta, saludables y heterosexuales sean los únicos que están en posibilidad de trascender y de poseer esta capacidad de reflexión.

Los estudios culturales en la actualidad tienen en el análisis del cuerpo humano, uno de los principales motivos de reconocimiento subjetivo y cultural, y a uno de los más prolíficos escenarios de creación metafórica de que ha dispuesto la imaginación en todos los tiempos.

Así, el cuerpo no es concebible como hecho objetivo sino, ante todo, como un campo de elaboración discursiva que no cabe interpretar más que a la luz de los temores, los conocimientos, los intereses, los tabúes y la imaginación de cada época, entrando en juego temas como el devenir político o social, las economías sociales o procesos como conquistas de nuevos territorios (globalización) y dando como resultado el mestizaje, el ingreso a la modernidad o nuevas espiritualidades.

Efectivamente, cada época y, en ella, cada discurso ha querido ver un determinado cuerpo susceptible de ser descifrado: en una o varias imágenes, en discursos o en un condensado de ambos. La producción de la corporalidad traduce la percepción de su condición física.

Al mismo tiempo, esta visión del cuerpo material pone de manifiesto una determinada concepción de sociedad.

En cada sociedad y contexto cultural, el cuerpo tiene un itinerario ya definido, cada sociedad requiere de una corporalidad con un tinte particular porque su puesta en escena presupone la representación y estética adecuadas. Lo cual delimita los comportamientos, el aspecto externo, los géneros, las edades, la figura, las percepciones o estilos de vida, y la particular relación con la muerte y la naturaleza. Entre los discursos que desde el poder construyen las representaciones de lo corporal y lo humano en sus diferentes órdenes: lo femenino, lo masculino, lo indígena, lo joven, lo viejo, el carácter religioso o espiritual, el jurídico, el de género y el de clase, el de la normalidad o la anormalidad, el médico, el étnico, el de la sexualidad, el  expresar artístico, por nombrar algunas.

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