Luego de fracasos electorales y políticos, suele ocurrir que dirigentes, de manera automática y hasta por discurso, tratan de mostrar que no hubo graves daños y que todo ya quedó superado, cuando la realidad demuestra todo lo contrario; y así sostienen una versión vaga e inaceptable que encubre a responsables directos del naufragio. Esto es lo que se observa en la actual dirigencia panista.

Con afán escurridizo, se transita entre vericuetos que permiten escondrijos temporales en el ambiente de confusión que amplían; o bien, aparecen como grandes luchadores que vuelven de batallas con versiones cuasi heroicas por lo que militantes y/o simpatizantes no tendrían nada que reclamar. Aunque patético, ciertamente, no es novedoso.

Y así, en nombre de este partido “y sus principios” se arguye que sólo los motivó el amor a México, nunca interés alguno, y menos —ni pensarlo— la tentación siquiera de algún cargo o afán de poder. ¡Jamás!

Además, lo deberíamos saber, enfrentaron tendencias internacionales, desproporción de fuerzas, fenómenos sociológicos —no asumidos con anterioridad—, resistencias e incomprensión interna, maniobras de actores conocidos y desconocidos, en fin, representaciones del mal. Pero, eso sí, siempre hubo “buena fe”, dicen, en lo que simulan como autocrítica.

O sea, lo que influyó en la derrota vino de afuera, contra ellos, contra la institución a la que afirman defender, claro. No obstante, se escucha de propios y extraños aquello de quién podrá defender a Acción Nacional, ¡pero de quienes tomaron las decisiones y ahora parecen lavarse las manos!

Sorprende, también, que sean pocos los que alcen la mano en pos del análisis serio y verdadero. Sobre todo cuando lo comentan en privado, aunque no en los eventos e instancias partidistas, debido a diferentes causas, desde quienes temen quedar fuera del reparto o la lucha de posiciones hasta aquellos que prefieren ser vistos como “prudentes”, “demócratas” y/o “institucionales” (sic).

También encontramos a los que afirman que no conviene “echarle más leña al fuego” porque si así están las cosas como están, imagínate si de veras se hace una investigación de lo que pasó y de la conducta de quienes tomaron las decisiones.

También, entre las reacciones más previsibles se encuentran las que insisten en señalar que se quiere acabar con los responsables del desastre lo que, evidentemente, revela un desconocimiento de la urgencia y necesidad de que este partido se ponga un espejo sobre sí mismo. A quienes hasta ahora lo evitan, no sobra recordarles que Acción Nacional no ha tocado fondo y que las consecuencias quizás no se valoran, pues no sólo se perdió la elección presidencial —¡como se perdió!—, sino que este partido sufrió daños institucionales incalculables que merecen una reflexión profunda.

Al todavía presidente del PAN y próximo senador plurinominal, Damián Zepeda —entre otros—, conviene señalarle que no es con cuentos chinos —armados con ficción— como se recuperará el blanquiazul, luego de la debacle. Sólo con honestidad, verdad y realismo, Acción Nacional podrá intentar recuperar lo mejor de su pasado, entender su presente y aspirar a un mejor futuro. Pero, para ello, hace falta franqueza y vergüenza.

¿De quiénes y de qué fue víctima el PAN? ¿Cuáles fueron las decisiones equivocadas? ¿Qué se debe corregir? No le conviene perder más tiempo.

En medio de estas circunstancias, y precisamente por ellas, no hacerlo puede impactar su porvenir.

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