Los saludo desde el nido rockero y hoy vamos a platicar de un proyecto al cual fui invitado y que me da mucho gusto poder compartir con ustedes.

Es muy sabido que existen lugares alejados de todo tipo de apoyo y donde es común encontrarse con drogadictos, borrachines y demás almas abandonadas en la vida diaria.

Retomo este hecho porque afortunadamente ahora soy parte de una labor altruista con la que se apoyará a un grupo de chicos indigentes de Ciudad Nezahualcóyotl, en el Estado de México.

El apoyo consistirá esencialmente en cursos de pintura y artes, y por supuesto música, por lo que llegué a realizar mi labor desde muy temprano, en donde fui recibido con aromas desagradables y perros callejeros.

Conforme fueron pasando las horas, comenzaron a llegar chicos con esperanza de vida e ilusión, y aunque muchos de ellos se emocionaron con la pintura, la mayoría dejó el pincel para cambiarlo por liras de palo.

Y fue precisamente cuando el chico de una expresión dura, ataviado con unos jeans de vieja piel y chaleco de mezclilla con un historial de batalla que se notaba al verlo deshilachado, llegó tocando una clásica, se trataba de la tan sonada “Casas de cartón”, un himno a la guerrilla en Nicaragua.

De pronto ese tipo gritó: “¡Ya llegué muchachos!” y fue cuando los chicos saltaron sin chistar de sus lugares, los cuales cabe destacar eran huacales de verdura de tianguis y durante la interacción con ellos, me asombró su reacción de dejar a un lado el lugar donde se encontraban y comenzar a acomodar todo para dar la tan esperada clase de música.

Ya acomodados tomaron los enseres musicales improvisados; vasos con cucharas, charolas, tapas y demás chunches con los que hacían más ruido que cualquier claxon. Lalo, el tan afamado maestro de música, comenzó a vocalizar con los chicos a un ritmo que pareciera conocían de siempre, “¡un, dos, tres, cuatro!”, y se hizo presente la ya tan tocada y hermosa melodía de “Imagine” del glorioso John Lennon, y aunque por supuesto la canción sonaba un poco —bastante— desafinada, para el maestro y los chicos se escuchaba como si los mismos ángeles estuvieran deleitando ese tema.

De pronto comencé a soñar y los imaginé en el Carnegie Hall, con toda una orquesta, un sold out en boletaje, y a la espera de los niños cantores del famoso Bordo de Xochiaca, y de pronto todo regresó a la realidad, cuando un pellizco me hizo volver a seguir documentando el momento, y verme en un mercado abandonado con un grupo de soñadores, igual que yo.

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