Esta ciudad se observa diferente, no es la misma. Seguramente se ha transformado desde lo urbano, desde quienes la recorren y habitan a diario. Esta ciudad se ha ido agrandando, se ha ido ensuciando, se ha ido reconfigurando.

Una ciudad deja de significar lo que era, se vuelve otra desde la mirada de la ausencia.

Los lugares siempre tendrán un antes y un después, van adquiriendo matices, acumulan historias, se construyen narrativas, se estructuran imaginarios; entonces significan. Pero los espacios no son inmutables, como tampoco las situaciones de vida. No pueden permanecer quietos, silenciosos, fungiendo sólo como los testigos pasivos de las agitadas y complicadas relaciones sociales.

Los lugares a veces se quedan callados y guardan los secretos más inenarrables. Sólo los personajes de esa historia conocerán la magnitud del suceso. Porque dentro de toda la configuración urbana, hay sitios poderosamente atractivos y seductores que invitan a lo más privado, lo más oculto, lo indecible. Hay zonas que gritan romanticismo, otras peligro, otras soledad, pero otras son tan comunes que se disuelven en la estructura general de cualquier ciudad.

Pero esos recorridos emplazados en un punto no volverán a ser vistos de la misma forma cuando la ausencia se hace presente.  Todo se desdibuja, la memoria ataca con su aguijón más profundo y contamina la aprehensión de la nueva realidad. El imaginario antes construido se rompe y las imágenes estallan alrededor disolviéndose en múltiples fragmentos inaprensibles.

Con el vacío caminando a nuestro lado, condicionamos nuestro recorrido por la ciudad. Evitamos todos los lugares con marcas, nuestras propias marcas y etiquetas. Porque hay textos escritos en calles, cines, restaurantes, andadores, bancas, plazas y jardines. ¿Pero qué hacer para reconstruir nuestros relatos con cada uno de esos lugares? ¿Cómo reconciliarnos con los lugares en donde alguna vez nos encontramos con el amor? ¿Cómo deshacernos de todos los rituales establecidos en los sitios frecuentados? De las palabras y voces retumbantes, los olores impregnados, los sabores definidos.

Ojalá la memoria funcionara como un editor de textos donde se pudiera presionar el botón de delete y de un sólo golpe eliminar todo rastro de pensamiento, de sentimiento. Ojalá la vida pudiera dividirse en escenas para editarla, como en una película, y deshacerse de todo aquéllo que fue grabado pensando en que sería una buena forma de contar la trama, pero al final el director descubre que esas escenas no sirvieron para construir y narrar la historia como la visualizó al inicio. Si tuviésemos la posibilidad de editar textos e imágenes, de adecuar situaciones y momentos, la memoria no sería tan severa, tan inquisidora. Si existiera un botón de reset, un botón de emergencia que nos vaciara por completo de recuerdos, de fracasos, de malas experiencias, de abandonos... de ausencias; habría espacio en nosotros para volver a cargar archivos con historias e imágenes nuevas y más cuidadas.  Así, estaríamos libres de cualquier significado atribuido a todos esos lugares.

¿Cómo establecer otras formas de relación con la ciudad sin dolor, sin nostalgia, sin fechas, sin memoria?

Twitter: @CDomesticada
Piedad es artista visual con maestría en Diseño e Innovación en Espacios Públicos. Actualmente es profesor de cátedra en el Tec de Monterrey campus Querétaro.

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