Aquel poema de Ricardo López Méndez que aprendimos en secundaria dice: “México, creo en ti / como en el vértice de un juramento. / Tú hueles a tragedia, tierra mía, / y sin embargo, ríes demasiado, / acaso porque sabes que la risa / es la envoltura de un dolor callado”.

“El Vate”, así le llamaban, nació en Izamal, Yucatán, al final del Porfiriato: 1903. Murió en Cuernavaca en 1989. Con sus ojos pudo apreciar la gran transformación del país a lo largo del siglo XX. Con esa mirada atenta y la palabra oportuna supo convertir su vida en testimonio literario. Por ello creía en México. De múltiples maneras declaró su creencia en una patria que nos acoge y nos sustenta.

Cuando hablamos de crédito, muchas veces hablamos de préstamo, es decir, del contrato que una persona o institución realiza con otra, por una cantidad determinada de dinero. “Money makes the world go round” cantan en el musical Cabaret.

El mundo gira porque la industria pone su mercancía en establecimientos que le pagarán cuando se venda. Millones trabajan primero y reciben su paga después. Muchos de sus clientes usarán su tarjeta de plástico. Casas, autos y mil cosas necesarias se consiguen a crédito.

Sin embargo, este vocablo abarca mucho más que una transacción financiera.

Crédito tiene su origen en la palabra latina credititus, sustantivo derivado del verbo credere, que significa creer, tener confianza. Cuando tenemos confianza tenemos fe en que las promesas se cumplan, en que los amores duren mucho tiempo, en que los convenios se conviertan en realidades y en que nuestros seres queridos vivan a salvo de la iniquidad.

Cuando alguien en quien creemos nos narra algo que ha vivido le creemos, le estamos dando crédito. Según Gabriel Zaid, autor del libro de ensayos La poesía en la práctica, el renombre es la moneda del crédito literario. Este es un proceso por el cual el lector se acerca a un libro porque sabe que algo bueno tiene. Ha leído otros textos del mismo autor o lo considera una pluma acreditada, con prestigio, con credibilidad. El lector pone su confianza en los conceptos del escritor, quiere creer lo que lee.

En muchos casos un autor refiere a otro mientras recomienda su escritura y le otorga ese renombre, esa fuerza que le ayuda a tener más lectores y establecer con ellos ese contacto maravilloso que estamos viviendo tú y yo en este momento.

Algo así ocurre con las palabras. En el libro Antología del ensayo hispánico, Octavio Paz declara: “Sólo en ciertos momentos medimos y pesamos las palabras; pasado ese instante, les devolvemos su crédito”. Es decir, de antemano creemos en las palabras que leemos, sin verlas con sospecha. Nuestro premio Nobel es claro y atinado al escribir ensayos; Zaid decía que Paz había logrado primero su crédito como ensayista, lo que abonó a su crédito como poeta.

Las universidades otorgan créditos a las actividades académicas, que se suman para lograr un título. Las películas y proyectos de arte reconocen a sus creadores mediante créditos donde se enlistan sus nombres. El crédito habla del mérito.

Para dar crédito a nuestras propias experiencias tenemos que creer en nosotros mismos.  El poema de López Méndez dice en su segunda estrofa: “México, creo en ti, / sin que te represente en una forma / porque te llevo dentro, sin que sepa / lo que tú eres en mí; pero presiento / que mucho te pareces a mi alma / que sé que existe, pero no la veo”.

El poeta yucateco supo conservar su amor intacto hacia su patria, su credibilidad en lo profundo de nuestros valores. A pesar de haber vivido las consecuencias de la Revolución y la lejanía de su estado natal con la capital, traducida en abandono, este fundador de la XEW y otras radiodifusoras fue un enamorado de México. Segura estoy de que a lo largo de su vida tuvo razones para sentirse decepcionado. Fue más grande su amor, porque a su patria la llevaba dentro.

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