Estamos en una espiral ya conocida. La espiral se alimenta por el esfuerzo de Corea del Norte para progresar en sus programas nuclear y de misiles, y por las acciones que la comunidad internacional, empujada por EU, ha intentado implementar para evitar que ese progreso continúe. Cada vez que Pyongyang demuestra que avanza en sus metas, se intenta alguna medida: sanciones, ejercicios y despliegues militares, entre otras, para producir un cambio de conducta en Corea del Norte. Kim, en cambio, escala la guerra de nervios. Esa espiral de pronto se enfría y da algunas señales de distensión, para posteriormente volver a detonarse, pero ahora en niveles superiores. Hoy hay dos variables que no estaban presentes en otros momentos de crisis. Por un lado, Corea del Norte cuenta ya con misiles intercontinentales y, según reportes, ha miniaturizado la bomba atómica para poder montarla en esos misiles. La segunda variable es Donald Trump.

Lo que ha ocurrido es que, a lo largo de los últimos años, la opción militar de un ataque preventivo de Washington en contra de Corea del Norte ha quedado prácticamente descartada. Esto se debe esencialmente a que Kim ha comunicado, con la suficiente eficacia, que cualquier ataque en su contra encontraría una respuesta masiva, principalmente en contra de Corea del Sur, incluso empleando sólo armamento convencional. Por otra parte, está la posibilidad de ejercer presión mediante diplomacia, mediante sanciones o mediante conseguir que China, el principal aliado y sostén de Corea del Norte, detenga a Kim. Esto no ha sucedido, pues China estima que el costo de estrangular a Pyongyang sería muy superior al costo de tener que soportar la situación actual.

Así que, si partimos de que todos los actores son racionales y se comportarán a partir de una valoración de sus metas, sus costos, pérdidas y posibles ganancias por cada una de sus decisiones, entonces, a pesar de todas las circunstancias actuales, todos los actores intentarían evitar una escalada que pudiese derivar en un conflicto militar.

Algunos autores como Max Fisher argumentan que existen bases para sostener que la conducta de Kim Jong-un hasta ahora ha sido enteramente racional y que sus metas últimas son ganar el respeto y un espacio en la esfera internacional para negociar, pero bajo sus términos. Quizás todavía tendríamos que irnos hacia atrás. Lo que el régimen de Pyongyang ha logrado es sobrevivir toda la etapa de la post Guerra Fría, y asegurar el no ser atacado. Si eso es correcto, entonces el inicio de un conflicto armado sería irracional y destruiría todo el camino que Pyongyang ha construido, ya que el régimen muy probablemente estaría enfrentando su propio final. De otra parte, asumiendo que Washington siga sin encontrar una manera de neutralizar la capacidad inmediata de ataque que hoy Corea del Norte tiene contra Corea del Sur, la Casa Blanca continuaría actuando a través de todas las medidas disponibles sin llegar al inicio de las hostilidades armadas.

Así que, eventualmente, a pesar de todas las amenazas y movimientos que pudiésemos atestiguar, nos estaríamos acercando no a un enfrentamiento directo, sino a un estado de equilibrio de terror, como en tiempos de la Guerra Fría, con armas convencionales y nucleares apuntadas en todas direcciones, pero sin ser activadas. Eso, repito, es lo que nos dice la teoría. Más allá de la teoría, no obstante, queda siempre la incertidumbre: alguien se puede equivocar en el camino y errar en sus cálculos. La historia está llena de ejemplos en los que ello ha sucedido. Esperamos que no nos toque vivirlo.

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