La salida de Donald Trump de la Casa Blanca el miércoles brindó tranquilidad prácticamente a todo el mundo. Significó el final de un periodo sui generis en la política estadounidense que, esperemos, no se repita más. Ahora la administración Demócrata entrante de Joe Biden marca esperanza y retos, pero también generará contrastes.

Uno de ellos se suscitó, de nuevo, en la ceremonia del miércoles. No sólo se regresó al discurso y ánimo de unidad para todo el país, sino que se entregaron varios mensajes relevantes para comenzar a resarcir los daños generados por el periodo presidencial pasado. Aquí se encuentran el apoyo hacia la comunidad latina y afroamericana y su involucramiento en los temas políticos y sociales, marcando la posición del nuevo gobierno.

Otro mensaje y contraste involucra a Kamala Harris. Si bien su nominación a la candidatura vicepresidencial tuvo en sí un significado relevante por muchas razones, su llegada formal porta un mensaje poderoso, uno de real empoderamiento femenino, afroamericano y de diversidad étnica, hacia otro escenario superior, hacia una culminación sin precedentes en un país en donde la desigualdad y el racismo son males sociales profundamente enraizados y latentes en una parte de la población.

Pero además de los contrastes domésticos, existen otros internacionales, quebrantando la sintonía que había configurado Trump. Con relación a nuestro gobierno hay similitudes y contrastes. Quizá la más importante es el interés por encontrar una política migratoria que sea más amena, algo que se está cocinando. Asimismo, la intención de hacer que los más ricos paguen más impuestos es también una similitud bien recibida que comparten. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador lo ha logrado parcialmente, y es un buen avance, pero falta más terreno por recorrer.

Otra similitud que existe, al menos en discurso, mas no en práctica, por parte del nuestro, es la invitación al diálogo para solucionar controversias. Durante las campañas electorales de los presidentes involucrados, y al menos en lo que va de la administración de López Obrador, se ha subrayado la unidad y el diálogo como parte fundamental de la democracia. En el caso de México, esto no se ha logrado por falta de aplicación del gobierno. Habría que ver si eso mismo sucede en la administración demócrata o si sí cumple con ello.

Otros dos contrastes se identifican con la atención y los mensajes en torno a la pandemia de Covid-19 y el apego al uso de energías renovables, política central en la agenda de Biden. Acerca de lo primero, desde que comenzó la pandemia, el demócrata ha promovido el uso ineludible e irremplazable del cubrebocas mediante mensajes basados en evidencia científica, y ahora ha declarado uso obligatorio del mismo por los primeros 100 días de su gobierno. Por el contrario, López Obrador desestimó el nuevo coronavirus, promovió salir de casa y darse abrazos y, en concierto con Trump, manifestó que no había necesidad de usar el cubrebocas y que la decisión de usarlo era individual, aligerando la grave situación y entregando un mensaje erróneo a la población mexicana.

Con relación a lo segundo, el Gobierno de México asegura ser progresista, lo que implica, entre otras responsabilidades, tener un compromiso con la protección del medio ambiente, escenario que dista de la realidad. Ejemplos hay varios: las obras insignia de López Obrador, así como la falta de apoyo hacia los colectivos medioambientales. Con Trump, un agente que no creía en el cambio climático, no había contraste porque había sintonía, pero cuando Biden comience a aplicar sus políticas de protección al medio ambiente, el contraste que se vislumbrará va a evidenciar cada vez más la falsaria política en ese rubro que tiene el gobierno en turno. Hay varios contrastes y muy probablemente se gesten otros a medida que siga la administración de Biden.

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